jueves, 9 de agosto de 2007

TE CREES CULPABLE Y ATACAS A TU HERMANO

No entiendes qué pretende tu Padre situándote en un mundo que te agrede por todas partes. No concibes por qué te somete Dios a una prueba tan fuerte, sin ofrecerte ninguna garantía de que tengas fuerzas para poder superarla. Y si no lo consigues por no cumplir estrictamente Sus condiciones, el sufrimiento al que te somete este mundo es una bagatela en comparación con lo que te espera después si eres rechazado.

Y ya no se te ofrece una segunda oportunidad para aprobar. No te atreves a poner en duda la bondad de tu Padre porque le tienes miedo, y piensas que es preferible dejar las cosas como están a cuestionar la obra de tu Padre y correr el riesgo de provocar Su ira. Pues en verdad, quizá no sea tu Padre el culpable de este destierro, sino que la maldad deberá estar en tus hermanos, que no dejan de atacarte, y que no son dignos de tu bondad.

Pero te consuelas porque sabes que ya llegará el momento en que tu Padre les pase factura. Entonces, Él te vengará por el mucho mal que te han infligido. No puedes entender cómo es posible que Moisés escribiera en los Mandamientos: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo también deberás amarlo como a ti mismo”.

¿Cómo es posible que él te exhortara a amar a tu prójimo como a ti mismo, cuando tu prójimo sólo hace “méritos” para que lo desprecies? ¿En base a qué, él es digno de tu amor o es justo y razonable que se pueda esperar de ti amor hacia quien es el culpable de que tú no puedas vivir en paz?

Pues tú no ves posible cómo se puede amar a quien sólo es digno de que lo aborrezcas. Lo más probable es que las palabras de Moisés estén vacías de contenido. Pues si esa es la condición que exige la salvación, ¿quién puede salvarse?

No se te puede pedir que ames a quien te maltrata y desprecia. Y no crees que sea por falta de voluntad por tu parte, sino porque no es posible sentir amor hacia los que no son dignos de tal sentimiento. Tu amor no se lo puedes regalar, tendrán que ganárselo con hechos. Pues lo natural y razonable es que ames a quien te ama y desprecies al despreciable.

Entonces, ¿por qué dejó escrita Moisés esa consigna de amor incondicional entre los hermanos, sabiendo el ambiente de discordia y odio que reinaba entre ellos? En realidad, Moisés era consciente de todo esto. No obstante, él quiso reflejar en los Mandamientos el único camino que tiene la salvación, aunque no abrigaba la esperanza de que su pueblo pudiera llegar a entender y aplicar su consigna de salvación.

Todavía no era el momento, pero quedaba escrito para cuando consiguieran la madurez necesaria. Este amor que Moisés propugnaba hacia el prójimo, también lo proclamó Jesús, el Cristo de Galilea, en toda su vida de enseñanza, y especialmente momentos antes de su sacrificio: Cuando, dando una prueba del amor profundo que sentía por sus semejantes, sin distinciones, y probando también el conocimiento que tenía de ellos, clamó a su Padre “Perdónalos, Padre, pues Tú sabes que son inocentes, y no saben lo que hacen”.

Jesús sabía que no era necesario recordar a su Padre la condición santa de sus hermanos, ni Dios tampoco precisaba que le fuese recordada, pero quiso dejar constancia de esa realidad ante su pueblo.

Esa fue su lección más contundente. El Maestro no se consideró nunca superior a sus discípulos o a cualquier otro ser. Sólo había una diferencia: Él disponía de la visión y su pueblo estaba ciego. Jesús había despertado ya y su pueblo seguía dormido, pero esa no es una diferencia cualitativa, sino sólo algo circunstancial.

Jesús amaba a sus hermanos puesto que amaba a su Padre. Sus hermanos eran dignos de amor porque lo era su Padre. Y siéndolo el Padre, tenían que serlo los Hijos. En tus semejantes, o bien te encuentras a ti mismo o bien te pierdes a ti mismo. Nunca te olvides de esto.

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