jueves, 9 de agosto de 2007

APRENDES LO QUE ENSEÑAS

El concepto de igualdad carece de significado en tu mundo, pues precisamente lo que se valora y estimula es la diferencia. Para el mundo lo caritativo, lo correcto, lo apropiado es señalarles a los otros sus “errores” y tratar de “corregirlos”. Esto tiene perfecto sentido para él porque no tiene idea de lo que son los errores ni lo que es la corrección.

Los errores pertenecen al ámbito del ego, y la corrección de los mismos estriba en el rechazo del ego. Cuando corriges a un hermano le estás diciendo que está equivocado. Puede que en ese momento lo que esté diciendo no tenga sentido, y es indudable que si está hablando desde el ego no lo tiene.

Tu tarea, sin embargo, es decirle que tiene razón. No tienes que decírselo verbalmente si está diciendo tonterías. Necesita corrección en otro nivel. Y tú donde tienes que ver su razón no es precisamente en lo que dice o hace, sino en lo que hay en él de Verdad. Así reconoces su razón y así descubres su Inocencia.

Prescindiendo de lo que diga, sigue teniendo razón porque es un Hijo de Dios. Su ego, por otra parte, está siempre equivocado, no importa lo que diga o lo que haga. Pero si le señalas a tu hermano los errores de su ego, tienes forzosamente que estar viendo a través del tuyo porque el Espíritu Santo no percibe sus errores.

Esto tiene que ser así toda vez que no existe comunicación entre el ego y el Espíritu Santo. Lo que el ego está diciendo no tiene sentido y el Espíritu Santo no intenta comprender nada que proceda de él. Puesto que no lo entiende tampoco lo juzga, pues sabe que nada que el ego haga tiene sentido.

Cuando un hermano se comporta de forma demente sólo lo puedes sanar percibiendo cordura en él. Si percibes sus errores y los aceptas estás aceptando los tuyos.

Y tú puedes y debes permitir al Espíritu Santo ver e interpretar por ti. Y puedes estar seguro de que lo hará, pero no inferfieras con tu visión desequilibrada. ¿Qué importa lo que haga o diga el ego? ¿Qué es él sino una sombra fantasma de la que debes olvidarte?

Al ego no debes tener ni miedo ni respeto, pues estarás otorgando valor a un pensamiento que se opone a ti, y tú no tienes opuestos. Permite al Espíritu Santo percibir por ti. Pues mientras sigas aceptando como ciertos los mensajes que te traen tus ojos y oidos, continuarás inmerso en el error y tu Gloria seguirá ausente. No te olvides que sólo tú decides lo que quieres tener y ver y siempre se hace tu voluntad.

Si quieres entregarle tus errores al Espíritu Santo, tienes que hacer lo mismo con los suyos. Así quedarán todos deshechos. ¿Qué diferencia hay entre esto y decirte que lo que enseñas es lo que aprendes?

Tu hermano tiene tanta razón como tú, y si crees que está equivocado te estás condenando a ti mismo. Tu función no es cambiar a tu hermano, sino simplemente aceptarlo tal como es. Sus errores no proceden de la Verdad que mora en él, y sólo lo que es Verdad en él es Verdad en ti.

Cuando haces un milagro en tu hermano mirando sólo la Verdad en él, es el Espíritu Santo Quien está actuando desde ti. Sólo puedes curar a tu hermano si tú estás curado. Y estás curado siempre que ves solamente la Verdad en él.

El milagro puede durar un momento, pero sus efectos son eternos.

El milagro es siempre recíproco.

Ningún ciego puede servir de guía a otro ciego, así como nadie puede dar lo que no posee. Tu función liberadora sólo la podrás ejercer cuando seas libre. Por esta razón, sólo podrás curar a tus hermanos cuando hayas permitido tu propia curación, y tu curación la habrás aceptado cuando reconozcas la Verdad en ti.

La curación no procede directamente de Dios, Quien sabe que Sus creaciones gozan de perfecta plenitud. Aún así, la curación sigue siendo parte del ámbito de Dios porque procede de Su Voz y de Sus leyes.

El Espíritu Santo tiene que operar a través de ti para enseñarte que Él mora en ti. Este es un paso intermedio encaminado al conocimiento de que tú estás en Dios porque formas parte de Él. Todas las partes de la creación son igual en importancia. Esa es la Voluntad de Dios y la tuya. Las leyes de Dios así lo estipulan y el Espíritu Santo te lo recuerda.

Cuando curas, estás recordando las leyes de Dios y olvidándote de las que tú has fabricado en tu mundo. La Verdad necesita que la reconozcas y la asumas puesto que la salvación del mundo depende de ti.

Reconocer que eres el santo Hijo de Dios y que, por lo tanto, dispones de todo el poder y lo quieres usar para reconocerlo también en todo lo creado, es un acto de humildad y glorificación de tu Ser.

El Amor a tu hermano está justificado porque es el Amor a Dios y el Amor de Dios. El Maestro Moisés utilizó otras palabras para referirse a lo mismo: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y, por ende, a tu prójimo como a ti mismo”.

Dios puso remedio a tu sueño en el mismo instante en que lo intentaste iniciar. Y en el mismo punto en que empezó, finalizó. Lo que crees percibir ahora no es más que el eco de aquel pequeño error. Y el borrar totalmente ese eco lo confió tu Padre al Espíritu Santo.

Desde entonces está Él a tu lado para ofrecerte toda la ayuda que necesites, cuando te des cuenta de tu error y decidas recuperar la consciencia de tu Inocencia. Mas Él no puede intervenir mientras tú no se lo pidas. Tu Padre no ha prescindido de tu Amor ni un solo instante, ni tú del Suyo. Se te ha venido ofreciendo ayuda a lo largo del tiempo, pero tú no has sabido interpretar los mensajes de salvación.

A la imposibilidad de separar lo que Dios ha creado Uno, la has vaciado de contenido y lo has aplicado a los cuerpos, de los cuales el Creador no sabe nada. Y has hecho lo mismo con todos los mensajes transcendentes. Has hecho de todos ellos una parodia esperpéntica.

Pues aceptar la lucidez pondría en peligro la “estabilidad” de tu mundo enfermo, y borraría lo que percibes como tus sueños de identidad. Por esto, aunque te suena bien lo que te propone la razón, al no coincidir con los patrones que rigen tu mundo –y que sólo tú has promulgado- lo sitúas en el último plano y lo tergiversas, intentando compatibilizarlo para simular la coexistencia de dos sistemas de pensamiento antagónicos que te puedan proporcionar la paz.

El ego se siente falto, pequeño e inseguro y necesita apropiarse de las cosas que poseen otros egos, pues cree que eso le proporciona seguridad y lo hace importante a los ojos de los demás egos, pero deberá también defenderse de los ataques de ellos, pues intentarán asimismo apropiarse de lo suyo.

A tu mente dormida no le es posible ver más allá de lo material, pues su permanente idea de carencia le incita constantemente a hacer acopio de cosas inútiles, pero que ella las considera valiosas. El propósito de tu sueño es desfigurar y ocultar tu realidad.

En tu mundo no hay cabida para la razón. Y te encuentras exhausto y desconcertado porque has dejado a un lado a tu mente recta. La has arrinconado e impides cualquier posibilidad de que pueda verter luz en tu mundo de tinieblas.

Desde que optaste por tu sueño de demencia, esta parte de tu mente ha quedado a la espera de que decidas consultarla y escuchar la Voz de la razón. Pero sólo consultas a tu mente enferma, que a ti te parece ágil y fértil, pues te inunda constantemente con pensamientos.

Pero no esperes de tu mente enajenada que te pueda suministrar una sola cosa que te aporte luz, pues cualquier pensamiento recto entraría en colisión con el arsenal de ideas desquiciadas de que dispones. Y ya se ha dicho que la Verdad no ataca, pues sabe que no hay nada a lo que atacar.

Así como tu mente irracional no puede producir nada razonable, tu mente lúcida –tu Ser- no puede percibir lo inexistente. La introducción de la razón en el sistema de pensamiento del ego es el comienzo de su ocaso, pues razón y ego no pueden coexistir. Y no es posible que compatibilicen, ya que el objetivo de la razón es aclararlo todo y, por lo tanto, que sea obvio. La razón es algo que tú puedes ver. Esto no es simplemente un juego de palabras, pues aquí da comienzo una visión que tiene sentido.

La visión es sentido. Dado que no es lo que el cuerpo ve, la visión no puede sino ser comprendida, pues es inequívoca y lo que es obvio no es ambiguo. Aquí la razón y el ego se separan y cada uno sigue su camino.

La razón ve más allá de los errores y te enseña que lo que pensabas no es real. La oposición del ego a la corrección es porque no cree en ella, y eso conduce a la creencia fija en el pecado y a desentenderse de los errores. El ego, por lo tanto, condena y la razón salva.

El pecado es un obstáculo que se alza como un formidable portón –cerrado con candado y sin llave- en medio del camino hacia la paz. Nadie que lo contemplase sin la ayuda de la razón podría traspasarlo. Los ojos del cuerpo lo ven como si fuese de granito sólido e imposible de atravesar. La razón, en cambio, ve fácilmente a través de él, puesto que donde el ego ve pecado, ella ve error. La forma que adopta no puede ocultar su vacuidad a los ojos de la razón; por eso, el ego teme al razonamiento.

El pecado no es sino un error expresado en una forma que el ego venera. El ego quiere conservar todos los errores y convertirlos en pecados. Pues en eso se basa su estabilidad, la pesada ancla que ha echado sobre el mundo cambiante que él mismo fabricó; la roca sobre la que se edificó su iglesia y donde sus seguidores están condenados a sus cuerpos, al creer que la libertad del cuerpo es la suya propia.

La razón te diría que no es la forma que adopta el error lo que hace que éste sea una equivocación. Si lo que la forma oculta es un error, la forma no puede impedir su corrección. Los ojos del cuerpo no pueden ver más allá de aquello para lo cual fueron fabricados. Fueron fabricados para fijarse en los errores, pero no para ver más allá de ellos.

El ego no dispone más que de la visión externa de todas las cosas, y sus oidos otorgan sentido a lo que oyen. Esos sentidos jamás podrán orientarte. Pues la idea que representan no puede separarse de su hacedor, y es su hacedor el que ve a través de ellos. ¿Qué objetivo tiene su hacedor salvo el no ver? A tal fin se ha dotado de los medios adecuados. Observa cómo se detienen ante lo que no es nada, incapaces de ver más allá de la forma. Y no hay nada tan cegador como la percepción de la forma, pues eso significa que el entendimiento ha quedado velado.

Sólo los errores varían de forma, y eso se debe a que pueden engañar. Tu mente loca puede cambiar la forma –y de hecho lo hace- porque ésta no es Verdad. Y no puede ser la realidad precisamente porque puede cambiar. Lo que no puede ver más allá de las formas no puede sino ser percepción distorsionada.

No permitas que la forma de sus errores te aleje de tu hermano, cuya santidad es la tuya. Las imágenes y pensamientos que te provee tu mente dormida se oponen a la razón, pues tu mente dormida es lo opuesto a la razón.

Mas estos pensamientos no significan nada. Carecen de sentido y están completamente vacios de contenido, puesto que el contenido no se encuentra en esa parte de tu mente. Y no puede ser de otra manera puesto que la vacuidad no puede sino extenderse a sí misma. Y lo carente de sentido y realidad no es nada.

Así, pues, cuando crees que piensas no piensas en nada. Sólo la verdad provee de sentido al pensamiento y lo hace real. Tu mente vacia no cesa de producir ideas sin sentido porque intuye que si deja oir la Voz del sentido común, esto supondría el final de tu obra fantasma, tan laboriosamente urdida.

Adoras a tus ídolos y, si la razón intenta hablar, te amparas en los dogmas. Y así le cierras el paso una y otra vez al sentido común con el fin de seguir en la oscuridad.

Tu mente recta no puede imponerse a la parte demente puesto que sabe que no hay nada a lo que haya que imponerse, puesto que la Voluntad de Dios sigue siendo Una, y aparte de ella no existe nada.

Sin embargo, tu mente vacía sí intuye que tiene oposición. Y ante esa posibilidad se opone con mil ardides. Y no quiere abrir resquicios al presentir que la apertura supondría su final. Se rodea de ídolos y dogmas con el convencimiento de que éstos la mantendrán a salvo de la razón y la luz. Pues la luz elimina las sombras.

No te será posible hallar la felicidad en tanto no cumplas la función que te es propia y por la cual estás aquí. Sólo has venido a sanarte y sanar. Pues, ¿quién puede ser un salvador sino aquel que brinda salvación? ¿Y cómo puedes aprovechar la salvación que te brinda tu hermano si no conoces tu realidad y la de tus semejantes?

A menos que sepas que tienes el poder y el deber de curar, no lo intentarás, y, por lo tanto, no serás curado.

Lo que tu conciencia dormida ha ocultado sigue siendo parte de ti. El Espíritu Santo te ayudará a ver la realidad –reinterpretar- de todo lo que percibes como temible, y te enseñará que sólo lo que es amoroso es cierto.

La Verdad está más allá de tu capacidad para destruir, y aceptar la Verdad está enteramente a tu alcance. Te pertenece porque, al ser tú una extensión de Dios, la creaste junto con Él. La Verdad es tuya porque forma parte de ti, tal como tú formas parte de Dios porque Él te creó.

Nada que sea bueno se puede perder porque habla a favor de la creación. Nada que no sea bueno fue creado jamás, y, por lo tanto, no puede ser protegido.

El ego –tu mente enajenada- no puede prevalecer contra el Reino porque la Filiación está unida. En presencia de aquellos que oyen la exhortación del Espíritu Santo a ser Uno, el ego se desvanece y desaparece. Lo que el ego forja se lo guarda para sí. Su existencia no se puede compartir. No muere; pues nunca nació.

El nacimiento físico no es un comienzo, es una continuación. Todo lo que continúa ha nacido ya. Aumentará a medida que estés cada vez más dispuesto a devolverle a la parte superior de tu mente la parte que no está sana, devolviéndole de este modo tu mente indivisa a la creación.

Tú no puedes cancelar por tu cuenta tus propios errores pasados. Y no podrás deshacerte de ellos sin la Expiación, remedio éste que no es obra tuya. La Expiación debe entenderse exclusivamente como un simple acto de compartir. A eso se refería Jesucristo al afirmar que incluso en este mundo es posible escuchar una sola Voz. Pues si formas parte inseparable de Dios y la Filiación es Una, no puedes estar limitado al ser que el ego percibe en ti.

Las ideas del espíritu no abandonan la mente que las piensa, ni pueden entrar en conflicto entre sí. Jesucristo escuchó una sola Voz porque comprendió que no podía expiar únicamente para él mismo. La Mente de Jesús se siente todavía irresistiblemente atraída hacia todas las mentes creadas por Dios, porque la Plenitud de Dios es la Plenitud de Su Hijo.

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