jueves, 9 de agosto de 2007

EL MILAGRO DE LA INOCENCIA

El Amor al que se referían estos dos Maestros, Jesús y Moisés, no es el amor que entiende el mundo, pues aquí no se sabe lo que es el Amor. El Amor que sentían ellos por sus semejantes no estaba condicionado por lo que sus hermanos hicieran o dijeran, o parecieran a los ojos del mundo, sino que procedía del reconocimiento de lo que éstos eran en realidad.

Estos seres eran juzgados con toda justicia como testigos de Dios, pues eran portadores de la vida, y en la vida se encuentran juntos todos los atributos de Dios. Dios es la Vida. Pues el Todo está siempre en la parte, como la parte está en el Todo.

¿Cómo podría vivir un Hijo de Dios aparte de su Padre? No podría vivir sin vida. Pues la Vida es indivisible. ¿Cómo podría ser que la Causa prescindiera de Sus Efectos?

El pacto entre Padre e Hijo es eternamente indisoluble. Cada Hijo de Dios es anfitrión del Padre, tal como el Padre lo es de Su Hijo. Tanto Jesús como Moisés veían en sus semejantes a sus salvadores. ¿Cómo no los iban a amar?

En eso, y sólo eso, radica el despertar del Hijo de Dios. Nada importa lo que los cuerpos parezcan decir o hacer, por muy detestable o repugnante que pueda parecerte lo que hagan o digan. En realidad no son ellos los que lo hacen o lo dicen. No es su realidad, sino que es resultado de sus mentes enfermas o enajenadas, a las cuales incapacitó el sueño para actuar coherentemente.

¿Podría cualquier padre juzgar o castigar a su amado hijo por lo que está soñando? ¿Podrías preocuparte tú por las sandeces que cree tu hijo mientas sueña? ¿Le castigarías cuando despertara porque éste hubiera creído en su sueño matar a su propio padre? ¿O te contagiarías tú del sueño de tu hijo, otorgándole realidad a lo que no es más que un disparate?

La verdad que anima a los cuerpos, y que supone su brillante y feliz realidad, está más allá de ellos. ¿Considerarías real a aquel que ves en carnaval disfrazado de lobo? ¿No te reirías de esa “realidad” que pretende aparentar? ¿Tomaría en consideración un juez justo los cargos contra un demente a la hora de dictar sentencia? Este juez tendría muy en cuenta la incapacidad del reo para pensar y actuar coherentemente, y dictaría una sentencia absolutoria, pues, en caso contrario, resultaría ser este juez tan demente como el propio reo.

Los Hijos de Dios son inocentes. No es posible un veredicto diferente. Y es el reconocimiento de su inocencia lo que significa perdonar. Perdonar no es pasar por alto una mala acción de un hermano que haya podido ofenderte u ofender a alguien, o perjudicarte de alguna manera. Pues si así fuera, el perdonador quedaría exaltado y el perdonado en un plano de inferioridad. Y entre iguales no caben diferencias. Al perdonar, te creerías superior que a quien perdonas, y esto no te ayudaría en absoluto.

El perdón lo otorgas cuando reconoces la única realidad posible de tu hermano, y ésta es su condición de Hijo de Dios, impecable, por encima de cualquier otra percepción engañosa y lastrante para ti, por repugnante y rechazable que ésta pueda parecer a tus ojos ciegos.

Perdonar es saber que él jamás podrá pecar, por la razón de que el pecado no puede existir. Sólo puede parecer real en tu mente enajenada. La apreciación del pecado es el mayor dislate que puede generar una mente enferma como la tuya.

Y este reconocimiento y percepción nueva en ti es lo único que te abre el camino de la salvación. Pues al percibir a tu hermano como en realidad es, desoyendo lo que su cuerpo pueda hacer o decir, has obrado el milagro. Pues has llegado más allá de lo que te muestra la máscara de carnaval con la que se encuentra disfrazado. Él no es el envoltorio, pero sí la belleza que hay detrás.

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