jueves, 9 de agosto de 2007

Dedicatoria

A la paz interior

Índice

- INTRODUCCIÓN


- NADA ESENCIAL PUEDE SER ALTERADO
. Sueñas tu mundo
. Te crees culpable y atacas a tu hermano
. El milagro de la inocencia
. El regalo de la salvación
. Tus leyes del caos
. Tú estás dentro de ti
. ¿Por qué tiras piedras sobre tu propio tejado?
. El avance de la humildad
. Negar a tu hermano significa negarte a ti
. El reflejo de tu demencia
. Elije el mundo del amor
. La función del Espíritu Santo
. Tu creencia en el pecado
. ¿Con qué fin utilizas tu cuerpo?
. El amor y el ego
. Si tuvieras algo claro
. La realidad siempre te encuentra
. Tu miserable “libertad”

- EL AMOR DE DIOS ES INFINITO
. Elige la libertad
. Tu único propósito
. Aprendes lo que enseñas
. La visión pura
. Dios nos ha elegido a todos
. La ofrenda de amor
. Tú sabes dónde está la felicidad
. No necesitas ningún ídolo
. Lo que nunca fue verdad, no es verdad ahora


- CONCLUSIÓN

Introducción

Empezaba la Navidad, la fiesta conmemorativa del nacimiento de Jesucristo, cuando unos vecinos vinieron a despertarnos a las seis de la mañana del 25 de diciembre de 1996 para comunicarnos que nuestra hija menor, de 19 años, había sido atropellada cruzando un paso de cebra, en la avenidad principal de la ciudad, cuando volvía del baile de Nochebuena. Y que había sido trasladada al hospital de la capital en una uvi móvil.

Llenos de angustia salimos a toda velocidad hacia el citado hospital. Al llegar se nos informó que se encontraba muy mal, pero que aún no podían facilitarnos más detalles del diagnóstico y mucho menos del pronóstico. Había sido sometida a una intervención quirúrgica de urgencia y se encontraba inconsciente.

La noticia se extendió rápidamente por toda la ciudad y acudieron innumerables personas a interesarse por la situación de mi hija. Este accidente despertó mucha expectación por su aparatosidad, porque somos muy conocidos en la zona y porque mi hija tiene el don poco común de hacerse querer por todas las personas que la tratan, pues es desprendida, servicial, cariñosa y comprensiva.

Una de las personas que se apresuró para interesarse por su estado fue la dueña y directora de un centro de estética, en el cual mi hija estaba practicando, en alternancia con los estudios que cursaba en la capital sobre esta misma materia.

Pilar, que así se llama la esteticista, nos comunicó que había ido a consultar a un amigo común, F.P.E., persona conocida en la ciudad por sus dotes de videncia, y le preguntó si podía adelantarle alguna información sobre el estado de mi hija. Se sorprendió mucho por el caso y se mostró muy preocupado, pues es conocido de nuestra casa y un buen amigo. Le dijo que percibía la cuestión bastante complicada, pero que no había motivo alguno para temer por su vida. Le dijo que veía una importante fractura craneoencefálica, localizada en la parte izquierda de la cabeza, el ojo izquierdo muy afectado, la mandíbula destrozada, una costilla oprimiéndole el pulmón izquierdo, pero que lo más grave era la fractura que tenía en la parte alta de la columna.




Este diagnóstico nos fue confirmado casi seis horas después. Se nos dijo que su situación era delicadísima y, que en caso de que pudiera salir adelante, perdería con casi total seguridad su ojo izquierdo y, que debido a la tetraplejia resultante de la fractura de la columna, perdería totalmente la movilidad, pues se trataba de una lesión muy alta. Pero que todo eso era lo menos importante por el momento, pues ahora el reto estaba en que ella fuera capaz de superar los daños que sufría.

Fueron días de espera muy tensos y, aunque no nos faltaban las palabras de ánimo por parte de todos los visitantes, que acudían por cientos, aquello no menguaba nuestra impotencia ante un golpe tan fuerte e inesperado como el que teníamos por delante.

Mi hija se encontraba con su cabeza increiblemente hinchada y en estado de coma profundo, con un pulmón artificial exterior para mantenerla con vida y rodeada de aparatos para controlar sus constantes vitales. También había varios botes colgados a un soporte, con diferentes contenidos que les introducian en su cuerpo por via parenteral.

Los informes médicos que nos facilitaban diariamente no daban lugar a la esperanza. A las pocas horas de su ingreso tenía la cara tan hinchada que estaba irreconocible. Fueron días de una tensión extrema, pues no podíamos hacernos a la idea de perder a un ser querido empezando a vivir y lleno de salud.

Si bien mi hija mayor y yo lo estábamos pasando muy mal, mi esposa lo estaba asimilando mucho peor. Yo intentaba animarla indicándole que la táctica de los médicos era describir la situación más dura de lo que lo era en realidad para salvar un poco su responsabilidad. Y, en realidad, ese era el comentario entre la gente que, como nosotros, se encontraba esperando por sus familiares a la puerta de la Unidad de Cuidados Intensivos.

Pero no conseguía remediarle mucho su amargura, pues aunque había motivos para la preocupación, ella, además, es de las personas que siempre miran la parte vacía de la botella. Para mí era también una prueba muy dura pero, aunque no podía sustraerme a la preocupación, me encontraba mentalmente
bastante preparado para superar con mejor ánimo cualquier situación.
Mi mujer no cesaba de recriminar al joven conductor que la atropelló en estado de embriaguez cuando ella cruzaba un paso de cebra. Para mí, aquello fue un accidente y nada más. No podía sentir la menor animadversión hacia el joven conductor. Nadie podía entender mi actitud hacia él. Lo intentaré aclarar pero, para ello, debo retroceder un tiempo atrás.

A mí nunca me han convecido los caminos trazados por el sólo hecho de estarlo. He querido llegar más allá y entender el sentido de las cosas. No he creído como buena una ley por el sólo hecho de ser ley, ni he admitido una costumbre por la razón de ser un hecho asumido por los demás.

Por otra parte, nunca he tenido la menor duda sobre la existencia de Dios. Y he considerado como el “negocio” más “rentable” del mundo el acercamiento y la búsqueda del Creador. Y, guiado por el hábito, he practicado la religión católica.

En este terreno me he visto obligado a reprimir mi espíritu inquisitivo, pues no había espacio para la discrepancia: Todo estaba hecho, todo quedaba trazado, todo estaba dicho y si la razón quería intervenir tropezaba con el dogma de fe y tenía que ceder ante lo que no podía entender.

Pero la salvación requería no preguntar, sino admitir. “Las cosas de Dios –se decía- hay que admitirlas y no ahondar en ellas”. Así, pues, el camino de salvación no era algo diáfano y fácil de comprender, sino una senda oscura y tortuosa. Una máxima muy socorrida era "El temor a Dios es el principio de la sabiduría”. Por otra parte, se afirmaba que “Dios es sólo amor”.

Por lo tanto, se exhortaba a llegar al Amor con temor, con miedo. Hacer el camino angustiado por temor al Amor. ¿Quién es capaz de razonar esto? Por afinidad con esta idea habría que decir que al infierno hay que llegar lleno de amor. ¿Son éstas las preguntas relacionadas con Dios que no conviene ahondar? ¿Es posible temer a Dios por amor? ¿El temor no anula al amor y viceversa? ¿Cabe la venganza en el Amor absoluto? ¿Cabe en Dios otro sentimiento y otra disposición que no sea el amor absoluto? ¿Cómo entender la venganza del Amor?



Mi asistencia a los ritos religiosos la compaginaba con la lectura del Nuevo Testamento. Analizaba las propuestas de salvación de Jesús y, aunque todavía se me hacía difícil comprender la profundidad de las mismas, no encontraba paralelismo entre éstas y las prácticas religiosas, de cuya Fuente decían inspirarse.

Esta divergencia suponía para mí un gran desasosiego. Pero me encontraba anclado, preso entre las creencias que había ido asimilando en mi situación como católico y las propuestas de Jesús. Yo no era una persona tibia, pasiva, indiferente y obediente incondicional de los mensajes de los púlpitos. Y muchas veces me tranquilizaba pensando que si ciertas homilías no me convencían, lo que debía hacer era no darles importancia y asistir al resto de la celebración, pero que era muy importante seguir adelante, pues lo que Dios agradecía era la asistencia.

Pero no podía abstraerme de algunas partes y prestar atención a otras. Entendía que no sería lógico atender unas partes y desoir otras. Me decía que la razón y la verdad tienen que ser inseparables y, tanto la una como la otra, tienen que ser completas pues de otra manera no serían razón ni verdad. Si en la celebración estaba la verdad, había que admitirla en su totalidad o no admitir nada.

Estas reflexiones me producían verdaderos quebraderos de cabeza. No me satisfacía el razonamiento de que “las cosas de Dios hay que creerlas y no ahondarlas”, pues precisamente ese punto no accesible era el que más me atraía. Acudía a los actos religiosos impulsado por la costumbre y por la necesidad de hacer méritos para el día que me tocara el turno de rendir cuentas, pero frenado por las ideas incoherentes que no podía compartir.

Seguir adelante me costaba mucho, pero sentía que dar marcha atrás no me lo podía plantear por el vacío que supondría para mí, aparte de los reproches que tendría que soportar en el plano social y, sobre todo, familiar. ¿Cómo podría cubrir aquel hueco que se abría ante mí si abandonaba, por deshacerme del conflicto que vivía?




Me quedaba ya muy claro que tenía que encontrar una salida a aquella situación. Era como la fruta madura que ya no puede aguantarse en el árbol. La esperanza que hasta aquí me había acompañado de que la religión era el único camino que podía conducir a la paz eterna estaba ya prácticamente agotada. Pues eran demasiadas las contradicciones que observaba para seguir en la creencia de que aquello era el preludio del Cielo.

Entendía que el camino lo había marcado Jesús, y que no tenía nada que ver con el que yo estaba siguiendo. Y si ese camino que seguía me estaba ocultando el conocimiento de mí mismo –y, por lo tanto, el conocimiento de Dios-, estaba apostando por un obstáculo para alcanzar tal fin.

Ahora, cuando escribo este texto, puedo decir que dispongo del conocimiento para confirmar que la senda que hasta aquí había seguido no conducía más que a la frustación. No tenía una meta cierta. Pues el único camino que conduce a la Meta cierta está totalmente exento de dolor e incertidumbre, ya que cuando en el camino se interponen estos dos enemigos de la paz –dolor e incertidumbre- se diluye toda certeza y se ausenta la Verdad.

El cielo no pide nada. Es el infierno el que pide extravagantes sacrificios. Sólo el misterio, el dogma y la magia pueden inducir a la mente a mantener la fe en lo imposible. A lo largo de este texto, lo verás muy claro.

Jesucristo no fue religioso, pues dedicó su tiempo a aprender y enseñar la Verdad, y sólo la Verdad. Y la Verdad sonaba muy fuerte y extraña a los oidos de un mundo de culpables. Y era particularmente inaceptable para el poder religioso.

Jesús sabía. Por eso se atribuyó la condición de Rey e Hijo de Dios. Su Reino naturalmente no era de este mundo. Y hacer estas afirmaciones era una temeridad y un delito suficientemente grave como para ser considerado por el poder religioso de su tiempo como blasfemo y reo de muerte. No cabía la inocencia de Jesús en el mundo de los pecadores, en el que admitirse pecador era una afirmación bien recibida y llena de sentido común. Tales valores en realidad no han cambiado nunca, y hoy conservan toda su frescura y vigencia.

Para mí era determinante e inaplazable abrir las ventanas de mi mente enmohecida y permitir la entrada de ideas frescas y constructivas, a fin de que éstas fueran desalojando a todo el lastre de ideas enfermizas, permitir que el amor fuera ocupando el espacio del miedo y posibilitar la entrada de la luz que pusiera fin a la oscuridad.

Pero mi situación era muy difícil, pues como hasta ahora había estado instalado en el miedo, sentía miedo aunque sin poder determinar exactamente a qué. No tenía ninguna certeza acerca de cuáles serían mis pasos futuros, pero sí tenía muy claro lo que no me resultaba asumible.

Por lo que concernía a mi conciencia, ya si estaba preparado para abandonar; no me asustaba el “castigo divino” pues había dejado de creer en él. Pero no tenía en perspectiva ningún sustituto que pudiera mejorar aquello que abandonaba, pues observaba incoherencias similares en otros credos religiosos.

Jamás creí que pudiera encontrarme alguna vez en una situación tan desagradable y embarazosa. Mi mente trabajaba febrilmente buscando soluciones. Me animaba pensando que Dios no me iba a dejar abandonado y pondría en mi camino alguna luz que me ayudara a superar la nueva situación.

Por aquellos años me encontraba trabajando en una provincia castellano-leonesa. Trabajaba en el sector de las finanzas y mi ocupación consistía en la formación del personal y la supervisión y control de cuatro delegaciones y cinco subdelegaciones distribuidas en cuatro provincias de la región. El trabajo era bastante duro, pero ello me permitía disfrutar de una posición económica bastante cómoda.

Los domingos acudía con mi familia a la catedral a oir misa, o bien a la parroquia de San Marcelo, que quedaba más cerca de casa. Corrían los años difíciles de la transición democrática y en muchos púlpitos se hablaba más de política que de religión.

El sacerdote de la parroquia de San Marcelo, que solía oficiar la misa de once de la mañana, cargaba las tintas políticas tanto que aquello daba la impresión de ser el Parlamento en lugar de una iglesia. Pero sus contenidos no iban en la dirección de reconciliar a las partes tradicionalmente enfrentadas, sino en hacer proselitismo a favor de una de las tendencias sociales, degradando a la contraria. Aquello era impropio de lo que pomposamente se le llama “la Casa de Dios”. Pues este párroco ensalzaba con tanto fervor a un color político como denigraba al otro.

Yo me preguntaba: ¿Qué tiene que ver este mensaje a los feligreses con los exhortos al amor del Maestro Jesús, “Amaros los unos a los otros como yo os amo”, o el “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” del Maestro Moisés? Me sentía tan desconcertado que, pocos días después, ya no pude superarlo. A media homilía salí de la iglesia y marché a casa para no volver más. Estaba verdaderamente destrozado. Aquel paso fue muy difícil para mí desde el punto de vista personal y familiar.

Pasado el tiempo, reflexionando sobre esta cuestión, agradecí mucho a aquel sacerdote por la ayuda que me prestó sin saberlo él. Pues gracias a él, pude dar el paso que durante mucho tiempo no supe cómo hacerlo. Fue como ese parto que se presiente difícil y, a la hora de la verdad, nace sola la criatura. Él me dio el empujón que yo estaba esperando.

Pero fue mucho peor el postparto que el parto en sí. Pues anduve mucho tiempo bastante presionado, pues en mi casa tampoco tenía facilidades para superar aquel trauma. Los reproches eran casi continuos. Se me indicaba que si no quería oir ciertas homilías que me pusiera tapones en los oidos o no hiciera caso. Pero no se me admitía que la verdadera solución fuera el abandonar. Lo mío era una cuestión de credibilidad. Allí no encontraba la verdad por ningún sitio. Yo no podía asentir lo que no podía admitir. Eso era superior a mí. Poco a poco se fue acostumbrando mi mujer a la nueva situación –aunque todavía no la ha superado del todo- y yo también me deshice del desconcierto inicial. A medida que ha ido pasando el tiempo han ido desapareciendo los efectos de la larga resaca.

Aquella experiencia supuso para mí un paso decisivo. Tenía muy claras dos ideas:

- Nadie que busque la Verdad por el camino equivocado podrá encontrarla, y sin ella, no podrá experimentar verdadera paz.

- Nadie que se proponga alcanzar la Verdad puede fracasar en el intento, pues la Verdad saldrá a su encuentro. Y es fácilmente reconocible si en realidad se trata de la Verdad. Pues su fulgor y atracción son tan evidentes que ya no se puede desviar la mirada. Y la luz que envuelve a la Verdad eclipsa completamente el rostro embaucador de las fantasías.

Sin proponérmelo me llegó la ayuda que necesitaba, pero que no podía suponer cómo, por dónde y cuando llegarían las enseñanzas que estoy recibiendo. Lecciones que no son de este mundo. Lecciones que me han llenado de la paz y sabiduría que me han faltado antes. Yo tenía ya la predisposición necesaria para recibirlas y era condición indispensable dar el paso que di. Ahora me encontraba sin ataduras y buscando. Por esto, me llegó lo que yo estaba deseando, sin saber cómo llegaría.

Estas lecciones eran completamente aceptables y me daban las claves para entender los textos bíblicos que antes me quedaban un tanto oscuros. Y estaba aprendiendo en solitario, sin distracciones ni obligaciones de ningún tipo, ni desplazamientos. Bien, en realidad no estaba solo, pues sentía al Maestro a mi lado, instruyéndome como sólo Él sabe hacerlo.

Algunas de las ideas que se me ofrecían se me hacían un poco más difícil de asimilar que otras, pero, en cualquier caso, me ofrecían una paz de espíritu como jamás he experimentado. Se me advertía que las partes más difíciles de asimilar las dejara pasar y continuara con los contenidos posteriores. Y que más tarde acabaría entendiéndolo en su totalidad, una vez que hubiera desalojado ideas erróneas muy arraigadas.

Y tal como se me dijo ha ido ocurriendo. Estas materias se me explicaban con tal claridad y profundidad –además de emplear una técnica exquisita- que aunque era todo completamente nuevo para mí, me parecía haber estado familiarizado con estos conocimientos durante toda mi vida. No había conflicto posible entre estas lecciones y lo que el sentido común podía admitir como válido. Y esto era así porque era el propio sentido común el que impartía las lecciones.

El accidente de mi hija era una prueba –y esto puede parecer muy duro- sobre la cual podía practicar yo los conocimientos recibidos. Y, en verdad, me ayudaron mucho a soportarlo con una disposición de ánimo poco o nada común, constituyendo para mí una ayuda valiosísima.
Aunque estos conocimientos maravillosos no estaban todavía suficientemente arraigados, y no siempre me era posible sustraerme a la debilidad mental del ser humano ante un hecho dramático de esta índole, y me dejaba envolver por el ambiente reinante, en el que caían los informes médicos catastrofistas como verdaderos mazazos. Pero estas lecciones sí suponían la ayuda necesaria para poder conservar la entereza, casi imposible en estos casos, y, a la vez que evitaban mi derrumbe psicológico, yo servía de ayuda a mi esposa al transmitirle confianza. Ni ella ni los visitantes se explicaban de dónde sacaba yo aquel ánimo.

Los médicos nos comunicaron que si mi hija era capaz de superar el trauma, quedaría tetrapléjica, lo cual suponía perder totalmente la movilidad y, además, era muy probable que tuviera perdido el ojo izquierdo. El panorama no podía ser más desalentador.

Yo hacía uso de las enseñanzas recibidas para ofrecer a mi hija la ayuda que estaba necesitando. Lógicamente esta ayuda no se desarrollaba en el terreno físico, pues para eso ya estaban los facultativos. Yo estaba realizando un intenso trabajo mental y tenía la certeza de que ella lo estaba recibiendo dentro de su estado de coma profundo. Esto me hacía sentirme de mejor ánimo, pero no podía comentarlo con nadie sin correr el riesgo de que hubieran solicitado mi ingreso en la sección de psiquiatría.

Al día siguiente volvió la esteticista, Pilar, como lo hizo durante toda la estancia de mi hija en el hospital. Me llamó aparte y me dijo que esa tarde había estado hablando con María, conocida vidente catalana con domicilio en nuestra ciudad, una mujer joven que dedica la mayor parte de su vida a los demás de forma altruista. Después de informarle del accidente de mi hija, del cual no tenía conocimiento, le solicitó que diera alguna información útil para tranquilizarnos en lo posible.

María le contestó que veía que yo estaba haciendo un trabajo mental muy fuerte a favor de mi hija, de forma prácticamente ininterrumpida, y que ella quería contestarme también mentalmente –era imposible hacerlo de otra manera- pero no podía porque yo mantenía mi mente ocupada permanentemente, imposibilitando su intento. Le dijo que a las dos de la mañana debía dejar mi mente tranquila, sin pensar absolutamente en nada y que escuchara su mensaje.
Esto me sorprendió, pues aunque yo tenía ya el conocimiento suficiente para admitir que el pensamiento es una vía de comunicación potentísima –pues para él no existen las distancias- en realidad este hecho no lo tenía yo aún suficientemente asumido.

No confiaba en esa posibilidad. Las horas que faltaban para la cita mental acordada las pasé entre la incredulidad y la esperanza. Los familiares de los enfermos ingresados en la UVI teníamos que pasar las noches sentados por los pasillos o frente a los ascensores. Me sentía entre esperanzado y excéptico, esperando el momento de la comunicación. No me quedaba claro cómo me llegaría el mensaje, si es que realmente llegaba. Tampoco sabía si podría quedar yo en situación receptiva para captarlo. Me preguntaba qué me podría decir mi hija y por qué me escogía a mí en lugar de dirigirse a su madre, en quien ponía más confianza para sus confidencias. En realidad, no confiaba en que la comunicación fuera a producirse.

En estas cavilaciones se fue acercando la hora de intentar dormir un poco, y casi se me fue olvidando la cita mental con ella. Me senté a unos metros de la puerta de entrada de la UVI, apoyé la cabeza en la pared, intenté dejar mi mente libre, y, a los pocos segundos, me invadió una paz interior que me parecía flotar en el aire.
Apareció en mi mente una frase de seis palabras, de forma sostenida, como si se me indicase que la memorizara. Decía así: “EL AMOR DE DIOS ES INFINITO”. Esta oración fue desapareciendo despacio y siguió una segunda de cinco palabras, también mantenida por espacio de varios segundos: “NADA ESENCIAL PUEDE SER ALTERADO”.

Sabía que era mi hija quien me hablaba, pues era de ella de quien esperaba el mensaje; por esto, no podía ser otra persona mi interlocutor. Pero no me hablaba desde su conciencia terrena, sino desde su Voz interior, desde su Ser, donde está la sabiduría.

Y aquí concluyó la comunicación unilateral. Esto me dejó bastante desorientado, pues yo pensaba que en caso de producirse alguna comunicación, ésta se referiría a las sensaciones de ella sobre su situación y posible recuperación. Pero no hacía referencia a nada relacionado con el cuerpo. Esto me quedaba perfectamente claro, pues yo disponía ya de la suficiente preparación para interpretar correctamente las dos frases.
La primera de ellas tiene un significado muy claro y no puede prestarse a confusión. La segunda no es así, pues “Nada Esencial Puede Ser Alterado”, vamos a suponer que lo interpreta un médico. Este deduciría que se refería a ese cuerpo concreto, con el significado de que ningún órgano o sistema esencial resultará alterado. Evidentemente sería una interpretación errónea, pues el contenido no se refería al cuerpo ni a nada relacionado con él.

Me preguntaba cómo me enviaba ella ese mensaje transcendente y no otro de carácter material. En realidad, ella no estaba actuando desde un plano consciente, pues ahí la ignorancia es ilimitada. Ella sabía lo que decía y yo también. Más tarde intentaré aclarar esto.

Durante muchas horas estuvo mi mente ocupada en estas ideas. Pues instintivamente intentaba relacionarlas con su estado físico, pero poco a poco fui desechando lo absurdo de esa relación y comprendiendo su importancia y único significado posible. Son dos oraciones redondas, sencillas y profundas. “NADA ESENCIAL PUEDE SER ALTERADO” es un mensaje universal, no circunscrito a nada especial, a ningún caso específico. No cabe expresión más clara ni perfecta, más profunda ni más esclarecedora. Una alteración corporal, para aquellos que ven al cuerpo como algo esencial, es algo que puede revestir más o menos importancia. Pero una alteración corporal, por grave que ésta pueda parecer, en realidad no significa nada. Lo verdaderamente esencial jamás puede ser alterado. Posteriormente irá quedando claro todo esto.

“EL AMOR DE DIOS ES INFINITO”. No cabe más precisión. No cabe una afirmación más esclarecedora, contundente y exacta. No equivale a decir que el Amor de Dios es grande. Pero sí equivale a decir que el Amor de Dios es seguro y eterno. Es todoabarcador y universal. No hace excepciones, pues no hay nada ni nadie que pueda estar más allá de lo infinito, por lo cual no hay nada ni nadie que pueda quedar excluido de Él. Ahora se puede entender mejor por qué debía ser yo el receptor de este mensaje, pues, en caso contrario, se habría perdido o infravalorado.

¿Cuál es la interpretación de estas dos oraciones? Este y no otro es su contenido: “Dios jamás podrá defraudarte, pues Su Amor no conoce límites. No tienes que temer nada, pues Él está eternamente contigo y en ti. No debes preocuparte por el estado físico del cuerpo de tu hija, pues el cuerpo no significa nada, lo esencial es ella. Lo material no es nada, y si puedes darte cuenta de esto, verás que no hay motivo de preocupación”. Esto es una realidad que yo ya tenía bastante asumida, pues los conocimientos que estaba recibiendo disipaban cualquier duda.

María, la mujer vidente, me facilitó la recepción del mensaje, como el sacerdote de la iglesia de San Marcelo me ayudó muchísimo en mi despertar. También, por aquellos días pasó por el hospital una mujer con dotes de videncia, a petición de la madre de una compañera de estudio de mi hija. Anduvo buscándonos entre la mucha gente que se agolpaba a la entrada de la UVI. Había estado visitando a Yolanda –una joven ATS enferma- a sugerencia de la madre de ésta. Al salir de la habitación siguió buscándonos sin encontrarnos, pero preguntando entre la gente, tropezó con la hermana de mi mujer y le comentó lo que quería comunicarnos. Le dijo que no debíamos preocuparnos por la vida de mi hija, pues no corría peligro a pesar de los informes pesimistas que nos facilitaban. “En cambio” –le comentó a mi cuñada- “la muchacha que acabo de visitar no tiene solución, a pesar de esperar el alta médica en breves días”.

Dos semanas después trasladaron a mi hija al Hospital de Traumatología de Granada para ser intervenida de la mandíbula, pues la llevaba partida en cuatro trozos. El hospital de destino de mi hija era el Hospital de Parapléjicos de Toledo, pero este centro pidió al hospital emisor que le hicieran la operación maxilofacial ya que ellos no disponían de este servicio. Esa fue la razón de su ingreso en Granada.

A los dos días de su ingreso nos comunicaron la muerte de Yolanda, la ATS ya aludida. Acababa de morir en Málaga. Esta noticia nos produjo la natural consternación, pues le habíamos tomado mucho afecto tanto a ella como a su madre por compartir aquellos días tan intensos. Pero aparte del disgusto que nos llevamos, sentimos un gran alivio por lo que se refería a nuestra hija ya que la vidente nos aseguró que no debíamos temer por su vida. Pensamos que esa mujer, a quien no llegamos a conocer, sabía lo que decía. Fue, pues, una noticia agri-dulce.

Estuvimos bastantes días en este hospital, primero esperando a que mi hija pudiera salir de la UVI para someterse a una operación de ocho horas, y, luego, en el post-operatorio. Allí recibimos la visita de varios conocidos y amigos granadinos, entre los que quiero destacar a Jesús y Mercedes, un matrimonio maravilloso. Esta pareja se preocupó en cada momento de nosotros y nos lo ofrecieron todo, mucho más allá de lo que cabe esperar de una amistad.

Estos amigos, Jesús y Mercedes, muy sensibilizados con nuestra delicada situación, se pusieron en contacto con Ludivina, una joven procedente de Baza que mantenía una buena amistad con ellos y que tenía reputación de ser muy intuitiva. Le preguntaron por la situación en que percibía a mi hija y le solicitaron alguna sugerencia que nos pudiera servir. Ludivina les dijo que “La mejor solución para esa muchacha la tiene su propio padre. Que ponga en práctica las enseñanzas que está recibiendo”.

Nuestros amigos quedaron muy sorprendidos y vinieron rápidamente a contárnoslo. No entendían lo que Ludivina quería decir, puesto que a mí me era imposible intervenir físicamente y ellos no entendían qué otra ayuda podría ser útil para mi hija y que yo pudiera ofrecerle. Aunque, en realidad, tampoco se encontraban muy lejos de entenderlo.

Yo no pude conocer a esta muchacha hasta un par de meses después, con quien vine a coincidir en una charla amistosa de fin de semana en un chalé que Jesús y Mercedes poseen en las afueras de Granada, vivienda que tuvieron la gentileza de ofrecerme. Probablemente Ludivina no supiera exactamente cómo podía yo ayudar a mi hija, pero sí sabía que era eso lo que ella necesitaba. ¿Qué tipo de ayuda podía prestar yo a mi hija sin ser médico ni poder hablar con ella debido a su estado semi-comatoso? Según avances en la lectura de este libro te irá quedando claro.

Quiero agradecer a todas estas personas su ayuda altruista, pues cada una en su medida me han ayudado en mi convicción de que, por fin, el camino en el que me encuentro es el correcto. Esto es algo que lo tengo muy claro desde hace bastante tiempo, pero un pequeño apoyo no viene mal. Yo también siento la necesidad de ayudar y es lo que hago y debo seguir haciendo, no por el hecho de devolver una ayuda sino porque el prójimo se lo merece todo.

Ahora abundaré en este hermoso tema.

SUEÑAS TU MUNDO

Se dice vulgarmente que “todos los caminos conducen a Roma”. En el terreno de las creencias hay que señalar que no todos los caminos conducen al conocimiento de la verdad. Tener libre albedrío no quiere decir que tú mismo puedas establecer la manera de retornar a tu Hogar.

El mundo suele distinguir entre creyentes y no creyentes. Se dice que creyente es aquel que practica una religión; quien no, no es creyente. El diccionario dice que creyente es “que cree”. La definición del diccionario es correcta. Todo ser que cree algo es creyente. Todo ser viviente tiene fe en algo, por lo tanto, cree, es creyente.

Pero si nos referimos a la acepción religiosa de la palabra “creyente”, abarcando tal concepto la creencia en Dios como lo que Dios es: El Ser todopoderoso, infinitamente amoroso y omnipresente, hay que decir sin ninguna ambigüedad que no es en Dios precisamente en Quien se cree.

El mundo es descreído. Pues no se puede creer en algo de lo cual se ignora todo. No es posible conocer a Dios si antes no se dispone del conocimiento de uno mismo. Ni es posible conocerse uno mismo si no conoce a sus semejantes.

El mundo no cree en Dios porque lo desconoce. La creencia en el mundo que ves y la creencia en Dios son dos creencias completamente incompatibles. El mundo no ama a Dios porque no lo conoce, pues si lo amara, dejaría de ser el mundo.

En tu ilusión de creyente te consideras un ser aparte de Dios. ¿Cómo imaginar que siendo Dios omnipresente pueda existir alguien o algo aparte de Él? Pues estando tú separado de Él constituirías un poder además del Suyo, aunque te creyeras un poder muy pequeño. Pero un poder al fin. ¿Cómo podría ser Dios, entonces, todopoderoso sin contar contigo? Tú te habrías apropiado para ti de un poco de poder, el cual se lo habrías arrebatado a Él. Siendo Su Voluntad única, no puede existir ninguna otra que contradiga a la Suya.

Cuando Dios creó a Su Hijo, estableció un acuerdo eterno diciéndole: “Te amaré eternamente como tú a Mí. Sé tan perfecto como Yo, pues nunca podrás estar separado de Mí”. Su Hijo le respondió: “Sí, Padre”. Y según este pacto, creó Dios a Su Hijo. Y la Voluntad del Padre es compartida eternamente con el Hijo. Y no hay ninguna otra voluntad ni puede haberla.

¿Qué significa un mundo que parece desmentir todo el pacto? La Biblia aclara que el Hijo de Dios cayó en un sueño profundo. Sin embargo, no dice que el Hijo despertara del sueño. Y el contenido de los sueños no contempla en absoluto la realidad. Y toda construcción que no tenga una base firme y consistente dará como resultado algo irreal y desquiciado.

Ese es el lugar en el que crees vivir. Todo parece ser cambiante en tu mundo. Ningún día será parecido al día anterior ni al posterior. Todas las figuras que lo constituyen son diferentes entre sí y están en permanente cambio. No encuentras nada estable ni fiable, ni totalmente admisible ni aceptable. Lo que hoy te parece bueno, mañana te parece diferente y acabas detestándolo. Cuando crees tener algo seguro, se te esfuma de las manos. Tú mismo desmientes hoy lo que afirmaste ayer y negarás mañana lo que afirmes hoy.

Estás seguro de que te encuentras sometido a los designios del destino, contra lo que nada puedes hacer. Te sientes como una paja a merced del viento. Ves cómo fuerzas externas a ti gobiernan tu vida y te marcan el paso sin que tú puedas evitarlo. Cuando más seguro crees sentirte, te azota una enfermedad y trunca tus proyectos e ilusiones.

Ante tal suerte de situaciones incontrolables por ti, te sientes impotente y abandonado, acorralado y amenazado por todo lo que te rodea. Y tú, indefenso e inocente, te ves obligado a aguantar las humillaciones y empujones que te llegan por todas partes:

- En tu hermano ves siempre a tu enemigo, o como mucho a un amigo sobre quien debes mantenerte en permanente alerta porque en cualquier momento puede traicionarte, y no dudará en hacerlo si bajas la guardia.

- Lamentas no poder decidir sobre tu futuro sin intromisión exterior, pues si pudieras, te sentirías seguro y en paz.

- Jamás te encuentras satisfecho con lo que tienes, pues tus necesidades y proyectos cambian de un día para otro, y nunca encuentras satisfacción total en tus logros.

Si el mundo dependiera de ti, harías un hábitat más justo, más lógico y excento de peligros. Pero tú no pintas nada en este juego. Sencillamente eres manejado por unos hilos invisibles que alguna fuerza extraña mueve a su antojo. Pensando para tus adentros, no puedes explicarte cómo pudo hacer Dios un mundo tan disparatado y cruel, en el que a Sus Hijos no les queda otra opción que aguantar y sufrir, y, sobre todo, sin haber una razón clara que lo pueda justificar.

TE CREES CULPABLE Y ATACAS A TU HERMANO

No entiendes qué pretende tu Padre situándote en un mundo que te agrede por todas partes. No concibes por qué te somete Dios a una prueba tan fuerte, sin ofrecerte ninguna garantía de que tengas fuerzas para poder superarla. Y si no lo consigues por no cumplir estrictamente Sus condiciones, el sufrimiento al que te somete este mundo es una bagatela en comparación con lo que te espera después si eres rechazado.

Y ya no se te ofrece una segunda oportunidad para aprobar. No te atreves a poner en duda la bondad de tu Padre porque le tienes miedo, y piensas que es preferible dejar las cosas como están a cuestionar la obra de tu Padre y correr el riesgo de provocar Su ira. Pues en verdad, quizá no sea tu Padre el culpable de este destierro, sino que la maldad deberá estar en tus hermanos, que no dejan de atacarte, y que no son dignos de tu bondad.

Pero te consuelas porque sabes que ya llegará el momento en que tu Padre les pase factura. Entonces, Él te vengará por el mucho mal que te han infligido. No puedes entender cómo es posible que Moisés escribiera en los Mandamientos: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo también deberás amarlo como a ti mismo”.

¿Cómo es posible que él te exhortara a amar a tu prójimo como a ti mismo, cuando tu prójimo sólo hace “méritos” para que lo desprecies? ¿En base a qué, él es digno de tu amor o es justo y razonable que se pueda esperar de ti amor hacia quien es el culpable de que tú no puedas vivir en paz?

Pues tú no ves posible cómo se puede amar a quien sólo es digno de que lo aborrezcas. Lo más probable es que las palabras de Moisés estén vacías de contenido. Pues si esa es la condición que exige la salvación, ¿quién puede salvarse?

No se te puede pedir que ames a quien te maltrata y desprecia. Y no crees que sea por falta de voluntad por tu parte, sino porque no es posible sentir amor hacia los que no son dignos de tal sentimiento. Tu amor no se lo puedes regalar, tendrán que ganárselo con hechos. Pues lo natural y razonable es que ames a quien te ama y desprecies al despreciable.

Entonces, ¿por qué dejó escrita Moisés esa consigna de amor incondicional entre los hermanos, sabiendo el ambiente de discordia y odio que reinaba entre ellos? En realidad, Moisés era consciente de todo esto. No obstante, él quiso reflejar en los Mandamientos el único camino que tiene la salvación, aunque no abrigaba la esperanza de que su pueblo pudiera llegar a entender y aplicar su consigna de salvación.

Todavía no era el momento, pero quedaba escrito para cuando consiguieran la madurez necesaria. Este amor que Moisés propugnaba hacia el prójimo, también lo proclamó Jesús, el Cristo de Galilea, en toda su vida de enseñanza, y especialmente momentos antes de su sacrificio: Cuando, dando una prueba del amor profundo que sentía por sus semejantes, sin distinciones, y probando también el conocimiento que tenía de ellos, clamó a su Padre “Perdónalos, Padre, pues Tú sabes que son inocentes, y no saben lo que hacen”.

Jesús sabía que no era necesario recordar a su Padre la condición santa de sus hermanos, ni Dios tampoco precisaba que le fuese recordada, pero quiso dejar constancia de esa realidad ante su pueblo.

Esa fue su lección más contundente. El Maestro no se consideró nunca superior a sus discípulos o a cualquier otro ser. Sólo había una diferencia: Él disponía de la visión y su pueblo estaba ciego. Jesús había despertado ya y su pueblo seguía dormido, pero esa no es una diferencia cualitativa, sino sólo algo circunstancial.

Jesús amaba a sus hermanos puesto que amaba a su Padre. Sus hermanos eran dignos de amor porque lo era su Padre. Y siéndolo el Padre, tenían que serlo los Hijos. En tus semejantes, o bien te encuentras a ti mismo o bien te pierdes a ti mismo. Nunca te olvides de esto.

EL MILAGRO DE LA INOCENCIA

El Amor al que se referían estos dos Maestros, Jesús y Moisés, no es el amor que entiende el mundo, pues aquí no se sabe lo que es el Amor. El Amor que sentían ellos por sus semejantes no estaba condicionado por lo que sus hermanos hicieran o dijeran, o parecieran a los ojos del mundo, sino que procedía del reconocimiento de lo que éstos eran en realidad.

Estos seres eran juzgados con toda justicia como testigos de Dios, pues eran portadores de la vida, y en la vida se encuentran juntos todos los atributos de Dios. Dios es la Vida. Pues el Todo está siempre en la parte, como la parte está en el Todo.

¿Cómo podría vivir un Hijo de Dios aparte de su Padre? No podría vivir sin vida. Pues la Vida es indivisible. ¿Cómo podría ser que la Causa prescindiera de Sus Efectos?

El pacto entre Padre e Hijo es eternamente indisoluble. Cada Hijo de Dios es anfitrión del Padre, tal como el Padre lo es de Su Hijo. Tanto Jesús como Moisés veían en sus semejantes a sus salvadores. ¿Cómo no los iban a amar?

En eso, y sólo eso, radica el despertar del Hijo de Dios. Nada importa lo que los cuerpos parezcan decir o hacer, por muy detestable o repugnante que pueda parecerte lo que hagan o digan. En realidad no son ellos los que lo hacen o lo dicen. No es su realidad, sino que es resultado de sus mentes enfermas o enajenadas, a las cuales incapacitó el sueño para actuar coherentemente.

¿Podría cualquier padre juzgar o castigar a su amado hijo por lo que está soñando? ¿Podrías preocuparte tú por las sandeces que cree tu hijo mientas sueña? ¿Le castigarías cuando despertara porque éste hubiera creído en su sueño matar a su propio padre? ¿O te contagiarías tú del sueño de tu hijo, otorgándole realidad a lo que no es más que un disparate?

La verdad que anima a los cuerpos, y que supone su brillante y feliz realidad, está más allá de ellos. ¿Considerarías real a aquel que ves en carnaval disfrazado de lobo? ¿No te reirías de esa “realidad” que pretende aparentar? ¿Tomaría en consideración un juez justo los cargos contra un demente a la hora de dictar sentencia? Este juez tendría muy en cuenta la incapacidad del reo para pensar y actuar coherentemente, y dictaría una sentencia absolutoria, pues, en caso contrario, resultaría ser este juez tan demente como el propio reo.

Los Hijos de Dios son inocentes. No es posible un veredicto diferente. Y es el reconocimiento de su inocencia lo que significa perdonar. Perdonar no es pasar por alto una mala acción de un hermano que haya podido ofenderte u ofender a alguien, o perjudicarte de alguna manera. Pues si así fuera, el perdonador quedaría exaltado y el perdonado en un plano de inferioridad. Y entre iguales no caben diferencias. Al perdonar, te creerías superior que a quien perdonas, y esto no te ayudaría en absoluto.

El perdón lo otorgas cuando reconoces la única realidad posible de tu hermano, y ésta es su condición de Hijo de Dios, impecable, por encima de cualquier otra percepción engañosa y lastrante para ti, por repugnante y rechazable que ésta pueda parecer a tus ojos ciegos.

Perdonar es saber que él jamás podrá pecar, por la razón de que el pecado no puede existir. Sólo puede parecer real en tu mente enajenada. La apreciación del pecado es el mayor dislate que puede generar una mente enferma como la tuya.

Y este reconocimiento y percepción nueva en ti es lo único que te abre el camino de la salvación. Pues al percibir a tu hermano como en realidad es, desoyendo lo que su cuerpo pueda hacer o decir, has obrado el milagro. Pues has llegado más allá de lo que te muestra la máscara de carnaval con la que se encuentra disfrazado. Él no es el envoltorio, pero sí la belleza que hay detrás.

EL REGALO DE LA SALVACIÓN

Ahora y sólo ahora has sanado su mente enferma. Y ha ocurrido la sanación de su mente demente porque lo ha percibido correctamente tu mente sana. Pues sólo una mente sana puede obrar el milagro.

Por el contrario, la mente enferma sólo alcanza a percibir enfermedad. No pidas ahora percibir inmediatamente el efecto de tu milagro, pues eso ya no te incumbe a ti.

La curación siempre tiene lugar. Es imposible que las ilusiones se lleven ante la verdad y al mismo tiempo conservarlas. Le has hecho a tu hermano el regalo que necesita para volver a ser él.

Tu función no es evaluar el resultado de tus regalos. Tu función es simplemente darlos. Una vez que los has dado, ya han causado el resultado, puesto que es parte del regalo. Nadie puede dar verdaderamente si está preocupado por los resultados de lo que da. Eso supondría limitar el regalo, y, en ese caso, ni el que da ni el que recibe dispondrían del regalo.

La confianza es parte esencial del acto de dar. De hecho, es la parte que hace posible el compartir; la que garantiza que el dador no ha de perder, sino que únicamente ganará. ¿Qué sentido tiene que alguien dé un regalo si luego se queda con él para asegurarse de que sea usado como mejor le parezca a él? Eso no es dar, sino subyugar.

Haber abandonado toda preocupación por el regalo es lo que hace que verdaderamente sea dado. Y lo que hace posible dar de verdad es la confianza.

La curación es el cambio de mentalidad que el Espíritu Santo hace que tenga lugar en la mente del enfermo. Y es el Espíritu Santo en la mente del donante Quien le da el regalo a él. ¿Cómo podría perderse? ¿Cómo podría ser ineficaz? ¿Cómo podría haber sido en vano? Al ser Dios Quien se da los regalos a Sí Mismo, ¿quién iba a dejar de recibirlo todo en este intercambio santo?

Alégrate de haber sabido ver en tu hermano lo que realmente es. No con su máscara de carnaval. No con su careta de lobo. Has llegado más allá. Te encuentras en el punto en el que se encuentra su salvación y la tuya. Él te lo agradece infinitamente y tú también tienes que agradecérselo a él, pues también ha actuado de salvador tuyo.

No te importe la forma que parezca adoptar tu hermano, pues ésta es irrelevante y engañosa. No te distraiga la forma del cuerpo, pues es consecuencia de tu mente perturbada.

El cuerpo no es algo consistente, pues es insubstancial. Está ahí porque tú lo deseas para liberarte de tu Padre. Adoptas ese cuerpo u otro cualquiera porque así apoyas tu ilusión de que eres algo aparte de Dios, pues le tienes miedo al Amor y tu cuerpo te limita y te aisla, dándote la protección que deseas para apoyar a tus sueños de separación y aislamiento.

Tu cuerpo es el ídolo más relevante de que dispones para poner toda tu fe en la muerte. Y la muerte supone el triunfo del ego sobre la Voluntad de Dios y, por lo tanto, sobre Él. El ego ama a la muerte, la entroniza y la eleva a sus altares; allí donde más reluzca, donde más se vea.

Cuerpo y mente es un binomio inseparable, y el ego los adora por igual. La muerte es un pensamiento que puede adoptar muchas formas, las cuales a menudo no se reconocen. Puede manifestarse en forma de tristeza, miedo, ansiedad o duda; en forma de ira, falta de fe o desconfianza, preocupación por el cuerpo, enfermedad, culpabilidad, envidida, así como en todas aquellas formas en las que el deseo de ser como no eres pueda venir a tentarte. Todos estos pensamientos no son sino el reflejo de esa veneración a la muerte como salvadora y portadora de liberación.

En cuanto que encarnación del miedo, anfitrión del pecado, dios de los culpables y señor de toda ilusión y engaño, el pensamiento de la muerte parece muy poderoso. Pues parece encerrar a todas las cosas vivientes en sus marchitas manos, así como percibir toda meta y toda certeza a través de sus ojos ciegos.

Los débiles, indefensos, así como los enfermos, se postran ante su imagen, al pensar que ella es real, inescapable y digna de confianza. Pues la muerte es lo único que inevitablemente llegará.

Todas las cosas, excepto la muerte, parecen ser inciertas y perderse demasiado pronto independientemente de cuán difícil haya sido adquirirlas. Pero con la muerte no se puede contar. Pues vendrá con pasos firmes cuando haya llegado la hora. Nunca cesará de tomar como rehén todo lo que tiene vida.

¿Te postrarías ante ídolos como éste? Aquí se proclama que lo opuesto a Dios es señor de toda la creación, más fuerte que la Voluntad de Dios por la vida. Aquí por fin se derrota la Voluntad del Padre y del Hijo, y se entierra bajo la lápida que la muerte ha colocado sobre el cuerpo del santo Hijo de Dios. Impío ahora, debido a la derrota, el Hijo de Dios se ha convertido en lo que la muerte quiere hacer de él.

Es imposible venerar a la muerte en cualquiera de las formas que adopta, y, al mismo tiempo, seleccionar unas cuantas de esas formas que deseas evitar
, mientras sigues creyendo en el resto. Pues la muerte es total y sólo es muerte, como el agua es agua independientemente de que esté en un vaso, en un estanque, en un arroyuelo, en un río, en un mar o en un océano.

O bien todas las cosas mueren, o bien viven todas y no pueden morir. No existen términos medios. Pues aquí nos encontramos de nuevo ante algo que es obvio y que debemos aceptar si queremos gozar de cordura: Lo que contradice totalmente un pensamiento no puede ser verdad, a menos que se haya demostrado la falsedad de lo opuesto.

La idea de que Dios ha muerto, o que puede morir, es algo tan descabellado que incluso a los más dementes les resulta difícil creerlo. Pues implica que estuvo vivo alguna vez y que de alguna manera murió, aparentemente asesinado por aquellos que querían matarle. Al ser la voluntad de éstos más fuerte, pudo vencer a la Suya y, de esta manera, la Vida Eterna sucumbió ante la muerte. Y al morir el Padre, murió también el Hijo. Y si puede morir el Hijo, también puede morir el Padre.

Los que veneran a la muerte tienen miedo. Sin embargo, ¿pueden ser realmente temibles estos pensamientos? Si se diesen cuenta de que eso es lo que creen, se liberarían de inmediato. Esto es lo que tienes que mostrar tú a tus hermanos.

La muerte no existe y renunciamos a ese pensamiento macabro en todas sus formas, por la salvación de ellos y por la nuestra. Dios no creó la muerte, y aparte de Él no hay nada. Cualquier forma que la muerte parezca adoptar tiene que ser una ilusión. Esta es la postura que tenemos que adoptar. Nos dirigimos a nuestro Padre en estos términos:


Padre nuestro, bendice hoy nuestros ojos. Somos Tus emisarios, y deseamos contemplar el glorioso reflejo de Tu Amor que refulge en todas las cosas.

Vivimos y nos movemos únicamente en Ti. No estamos separados de Tu Vida Eterna.

La muerte no existe, pues esa no es Tu Voluntad. Y moramos allí donde Tú nos pusiste, en la vida que compartirmos Contigo y con toda cosa viviente, para ser como Tú y parte de Ti para siempre.

Aceptamos Tus pensamientos como nuestros, y nuestra voluntad es una con la Tuya eternamente.

Amén.

TUS LEYES DEL CAOS

Y te has separado de Él -en el sueño- porque no podías asumir que tú, siendo un creador como tu Padre, procedas de Él. Has querido demostrarte, y demostrarle, que eres más. Y al ir en contra del sentido común, de la razón y de toda lógica:

- Te has convertido en un ser solitario, abandonado, inerme e ínfimo.

- Te has ocultado de ti y te has alejado a ningún sitio.

- Has cambiado tu Grandeza y Gloria por tu grandiosidad e infierno, que es tu putrefacto mundo, así como tu insubstancial cuerpo.

- Has cambiado tu condición santa por una ilusión maldita.

- Has trucado el Todo por la nada.


Y aprecias tu infierno porque es tu obra, es tu logro, es lo único que has sabido hacer, pues tu mente enferma no alcanza a más. Te has alejado de la cordura hasta tal punto que por tus propios medios te resultaría imposible recuperar la razón.

Necesitas de una mano que te ayude a salir de tu infierno y superar el círculo vicioso que has urdido para no ver más la luz. Necesitas ayuda para despejar las densas tinieblas que te impiden la visión.

Has dotado a tu cuerpo de ojos y oídos que ni ven ni pueden oír. Pues piensas que los mensajes que te traen son tu realidad. Y te traen mensajes de venganza y traición, de impotencia y enfermedad, de pseudo-amor efímero y engañoso.

Has ocultado de tu conciencia la autoría de tu aparente realidad, y, así has intentado perder la pista que te llevaría a recuperar tu Identidad. Crees que la causa de tu destierro se encuentra aparte de ti, y que sólo eres una víctima de algo que no entiendes ni mereces. Y así borras cualquier huella que te pudiera conducir a recuperar tu cordura.

Te has echado encima una cruz muy pesada que te aplasta sin ofrecerte posibilidad de escape. Los planes de escape que inventas están permanentemente condenados al fracaso, pues la espesa niebla que te envuelve te impide utilizar el sentido común para poder salir a flote.

Pero no tienes otra cosa que lo que deseas. Y aunque tú crees que avanzas, en verdad, te encuentras totalmente inmovilizado. Tu mundo se rige por las “leyes” del caos, cuyo primer artículo es que la verdad es diferente para cada persona, y se sustenta en la idea de que cada cual es un ente separado, con su propia manera de pensar que lo hace diferente de los demás.

Este principio nace de la creencia en una jerarquía de ilusiones, y que algunas de ellas son más importantes que otras, y, por lo tanto, más reales.

La segunda “ley” del caos, muy querida por todo aquel que venera el pecado, es que no hay nadie que no peque, y, por tanto, todo el mundo merece ataque y muerte.

Este principio, estrechamente vinculado al primero, es la exigencia de que el error merece castigo y no corrección. Pues la destrucción del que comete el error lo pone fuera del alcance de la corrección y del perdón.

De este modo, interpreta lo que ha hecho como una sentencia irrevocable contra sí mismo que ni siquiera Dios Mismo puede revocar. Los pecados no pueden ser perdonados, al ser la creencia de que el Hijo de Dios puede cometer errores por los cuales su propia destrucción se vuelve inevitable.

La tercera “ley” del caos es la creencia descabellada que hace que el caos parezca eterno. Pues si Dios no puede estar equivocado, tiene entonces que aceptar la creencia que Su Hijo tiene de sí mismo y odiarlo por ello.

Observa cómo se refuerza el temor a Dios por medio de este tercer principio. Ahora se hace imposible recurrir a Él en momentos de tribulación, pues Él se ha convertido en el “enemigo” que la causó y no sirve recurrir a Él.

Ahora la salvación jamás será posible, ya que el salvador se ha convertido en el enemigo. No pienses que el ego te va a ayudar a escapar de lo que él desea para ti. Tu ego es quien te dice que este mundo que has fabricado es real, pues sin su invento él desaparecería, y eso no puede consentirlo. El ego atribuye valor únicamente a aquello de lo que se apropia.

Esto da lugar a la cuarta “ley” del caos, que si las demás son aceptadas, no puede sino ser verdad. Esta supuesta ley es la creencia de que posees aquello de lo que te apropias.

De acuerdo con esta ley, la pérdida de otro es tu ganancia y, por consiguiente, no reconoce el hecho de que nunca puedes quitarle nada a nadie, excepto a ti mismo. Mas las otras tres leyes no pueden sino conducir a esto. Pues los que son enemigos no se conceden nada de buen grado el uno al otro, ni procuran compartir las cosas que valoran. Y lo que tus enemigos ocultan de ti debe ser algo que vale la pena poseer, ya que lo mantienen oculto.

Nadie desea la locura, ni nadie se aferra a su propia locura si ve que eso es lo que es. Lo que protege tu locura es la creencia que tienes de que es verdad. La función de la demencia es usurpar el lugar de la verdad. Para poder creer en la demencia hay que considerarla la Verdad. Y si es la verdad, entonces su opuesto que antes era la Verdad, tiene que ser ahora la locura.

Tal inversión, en la que todo está completamente al revés (en la que la demencia es cordura, las ilusiones verdad, el ataque bondad y justicia, el odio amor y el asesinato bendición) es el objetivo que persiguen las “leyes” del caos.

Esos son los medios que hacen que las leyes de Dios parezcan estar invertidas. Ahí las “leyes” del pecado parecen mantener cautivo al amor y haber puesto al pecado en libertad. Pero esos no parecen ser los objetivos del caos, pues gracias a la gran inversión parecen ser las leyes del orden. ¿Cómo podría ser de otra manera?

El caos es la ausencia total del orden, y carece de leyes. Para que se pueda creer en él, sus aparentes leyes tienen que percibirse como reales. Su objetivo de demencia tiene que verse como cordura. Y el miedo, con labios mortecinos y ojos que no ven, obcecado y de aspecto horrible, es elevado al trono del amor, su moribundo conquistador, su sustituto, el que te salva de la salvación.

¡Cuán bella hacen aparecer a la muerte las leyes del miedo! Incluso el caos no duda indicarte abiertamente que debes temer a Dios, pues la derrota de Dios es su objetivo. ¡Dale gracias al héroe que se sentó en el trono del amor y que salvó al Hijo de Dios para condenarlo al miedo y a la muerte!

Ninguna de las “leyes” del caos podría coaccionar a nadie a que creyese en ellas, si no fuese por el énfasis que se pone en la forma y por el absoluto desprecio que se hace del contenido.

TÚ ESTÁS DENTRO DE TI

El universo se encuentra dentro de ti. No busques nada fuera porque no existe nada de lo que no dispongas ahora. No culpes a tu hermano por lo que te falta a ti o por lo que piensas que te hace a ti, pues sólo tú serás el destinatario de tus reproches. Tus juicios sobre él recaen irremediablemente sobre ti.

Debes cuidar mucho tus juicios, pues:

- Son los efectos de tus pensamientos. Son tus hijos, que no puedes dejar abandonados.
- Tus pensamientos son cosas, son tus creaciones mentales.

Cuida tus pensamientos y piensa positivamente, pues causa y efecto no se pueden separar. Ama a tu prójimo y te estarás amando a ti mismo, recházalo y serás tú el destinatario de tu rechazo.

El Maestro Jesús lo aclaró con palabras muy simples: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. No se refería a su cuerpo, pues sabía muy bien que su cuerpo no era más que un instrumento provisional, sin otro valor ni propósito.

“Yo soy la Vida”. Él sabía que era omnipresente como su Padre y como tú. Amar al prójimo no significa amar al cuerpo, sino a la vida, adopte ésta la forma que sea. Las formas no tienen significado. De por sí, carecen de valor. No es el continente lo que cuenta, sino el contenido.

Tú, al igual que el Creador, no tienes forma. Eres amorfo, pues la forma es limitativa y cambiante, y tú eres ilimitado y eterno. ¿Qué podría limitarte si fuiste creado a semejanza del Creador? Sólo en tu sueño has olvidado tu poder ilimitado a cambio de la impotencia.

Sufres enfermedades porque tu mente enferma no puede generar otra cosa. Y así será hasta que no la sanes. Y estas enfermedades las expresas en el cuerpo para convencerte a ti mismo de la “realidad” de tu mundo y de tu propia insignificancia. Y las percibes como un hecho no deseado que queda fuera de tu control.

Tu cuerpo no puede sufrir enfermedades, pues el cuerpo carece absolutamente de autonomía y no puede sufrir ningún efecto ajeno a tu mente. Sólo tu mente recta puede evitar a tu cuerpo cualquier interferencia, pues una mente sana tampoco puede producir su contrario. Pues otra cosa que ignoras es que todo lo que parece ocurrirte, tú, y nadie más que tú, eres el responsable.

No busques responsabilidades fuera de ti porque eso aumentará tu confusión y te impedirá el acceso a corregir el error al percibirlo fuera de ti.

Atribuyes a Dios la autoría de tu mundo y, por acción u omisión, de todos los desastres que en él parecen ocurrir. Y así lo percibes como un dios caprichoso y despiadado.

Y aunque esta idea demente no te abandona, pues supone la piedra angular de tu percepción desquiciada, esquivas su reconocimiento abiertamente porque temes despertar la ira de tu Padre. Y deseas mantenerlo alejado de ti. Crees que Su Juicio no podrás evitarlo y, si pudieras asegurarte una estancia indefinida en tu mundo, renunciarías al riesgo que supone someterse a Su Veredicto.

Tu cuerpo no puede hacer nada que tú no le ordenes: No puede andar, sentir dolor, padecer enfermedades, sentir amor u odio, ni ver ni oír. Tú eres quien le indicas lo que debe hacer en cada momento y él te obedece fielmente. No puede nacer ni morir. Tu cuerpo jamás podrá sorprenderte, pues es insubstancial y totalmente dependiente de ti. Es tan sólo un instrumento que utilizas para confundirte a ti mismo y mantener vivo tu error.

Pero lo mismo que lo usas eficazmente para tu infelicidad, puedes aprovecharlo con la misma eficacia para que sirva al único propósito que realmente tiene: Servirte de instrumento de aprendizaje para que puedas abandonar tu mundo de sueños de terror e impiedad.

Y más tarde o más temprano, deberás utilizarlo adecuadamente el día que decidas abandonar tu pequeñez y recuperar tu Grandeza al reconocer tu Inocencia. Nada ni nadie puede obligarte a nada, pues eres tan libre como tu Creador. Nadie decidirá por ti cuándo debes abandonar este infierno.

Tampoco debes temer que dure ni un minuto más del momento en que tú decidas de todo corazón abandonarlo. ¿Quién podría impedirte hacer tu voluntad? Mas el conocimiento de tu Padre sólo puede venir precedido del reconocimiento de tu hermano y del tuyo propio, pues la razón te dice que el reconocimiento de cualquiera de vosotros implica el conocimiento de Dios. Y al conocer a Dios sabes que Dios es, y en Su Ser, Él abarca todo lo que existe. Y ante el conocimiento carecen de sentido las palabras. Y ahora que has vuelto a Ser y a saber, dispones de todo lo que necesitas para abandonar tu infierno.

Sólo se te indica el cómo, pero no el cuando. Pues el cómo no es algo sujeto a tu albedrío, pues si lo fuera, te resultaría imposible escapar. El camino se te marca, pero no el momento. No se te puede empujar, pero sí dispondrás de toda la ayuda que necesites cuando decidas abandonar la pesada carga de ignorancia para recuperar la sabiduría y despertar a tu Inocencia.

El único enemigo que tienes que vencer para recuperar la Gloria que te pertenece –y que en realidad jamás has abandonado- está en ti. No busques excusas o tu complexión fuera de ti, pues con ello no harías otra cosa que consumir más tiempo inútilmente.

En tanto que la causa de tus sufrimientos la sigas percibiendo fuera de ti y, por lo tanto, lejos de tu control, no te será posible poderte librar de ella. El círculo infernal que supone el mundo que percibes a través de los ojos del ego tiene su única base y justificación precisamente en eso. Te será imposible librarte de él antes de que puedas superar este obstáculo. Y aunque el velo que tapa tu visión es tan débil como una tela de araña, a ti te parece un muro infranqueable.

Has sido un pésimo maestro de ti mismo; no eches la culpa a otros por tu ignorancia y sufrimiento, y cuanto antes lo reconozcas y lo asumas, antes podrás empezar a rectificar.

Si no desoyeras las instrucciones de tu mundo demente, jamás te sería posible abandonarlo. Pues los “planes de salvación” que has fabricado hay que llamarlos sin ambages “planos de condenación” y así no te podrían inducir a engaño y pondrían las cosas en sus justos términos.

Tu salvación sólo la contemplas como algo que te puede ser concedido por una voluntad ajena a la tuya, y previo pago de una serie de sacrificios y exigencias, y todo esto siempre acompañado de incertidumbre. Pero tú poco o nada puedes hacer sino sacrificarte y esperar que cuando llegue el momento de juzgarte, el Juez sea benévolo contigo, pues si no lo creyeras así no tendría tu sacrificio objeto alguno.

Santo hermano, acalla a tu mente loca por un instante y tómate un respiro para escuchar tu Voz interior decirte que no tienes nada que temer y que tu Padre está a tu lado, que eres digno de Él ya que eres tan santo como Él Mismo.

Acepta el hecho de que tu salvación sólo depende de ti. No caigas en la tentación de considerarte pecador, y admite que tal consideración es una blasfemia contra ti que eres lo más sagrado.

La salvación parece proceder de cualquier parte excepto de ti. Lo mismo se puede decir del origen de la culpabilidad. Tú no crees que la culpabilidad y la salvación estén en tu mente y sólo en tu mente. Cuando te des cuenta de que la culpabilidad es sólo una invención de tu mente, podrás comprender también que la culpabilidad y la salvación tienen que encontrarse en el mismo lugar. Y el entender esto es tu salvación.

El aparente costo de aceptar esta idea es el siguiente: Significa que nada externo a ti puede salvarte ni nada externo puede brindarte paz. Quiere decir también que nada externo a ti puede hacerte daño, perturbar tu paz o disgustarte en modo alguno.

Tu salvación sólo procede de ti. Esta idea te pone a cargo del universo, donde te corresponde estar por razón de lo que eres. Esta idea no se puede aceptar parcialmente. Y es posible que hayas comenzado a darte cuenta de que aceptarlo es tu salvación.

Es probable, no obstante, que aún no esté claro para ti por qué razón reconocer que la culpabilidad está en tu propia mente conlleva asimismo darte cuenta de que la salvación está allí también. Dios no habría puesto el remedio para la enfermedad donde no pudiese servir de nada. Ese es el modo de funcionamiento de tu mente, pero no el de la Suya. Él quiere que sanes, que reconozcas tu Ser, y por eso mantiene la Fuente de la curación allí donde hay necesidad de curación.

¿POR QUÉ TIRAS PIEDRAS SOBRE TU PROPIO TEJADO?

Dios es omnipresente. Él abarca en Su Ser todo lo que existe y pueda existir. Ninguna mente contiene nada que no sea Él. Y nada que aparente estar fuera de Él puede ser real. Por lo cual, el pecado, al no haber sido creado por Él, no existe. Pues tal condición no puede darse en Su Creación. Y no hay otro creador que pueda crear aparte de Él. Y no puede haber nada real que no cumpla las condiciones de Su Voluntad.

La gracia es el atributo del Amor de Dios que más se parece a la paz de Su Gloria. Es, por lo tanto, la aspiración más elevada que se puede tener en el mundo, pues conduce más allá de él.

La gracia es la aceptación del Amor de Dios en un mundo de aparente odio y miedo. Sólo mediante la gracia pueden desaparecer el odio y el miedo, pues la gracia da lugar a un estado tan opuesto a todo lo que el mundo ofrece, que aquellos cuyas mentes están iluminadas por el don de la gracia no pueden creer que el mundo del miedo sea real. Y, ¿qué diferencia hay entre decir esto y afirmar que la gracia te llega cuando reconoces tu Identidad tanto en ti como en tus hermanos?

El mensaje de la Verdad sólo tiene por objeto hacer a tu mente receptiva para escuchar la Llamada a despertar. Pues la mente receptiva no se ha cerrado completamente a la Voz de Dios. Se ha dado cuenta de que hay cosas que no sabe, y, por lo tanto, está lista para aceptar un estado completamente diferente de la experiencia que vive y con la que se siente agusto por resultarle familiar.

Pero la Verdad no te impone nada, pues tu momento para despertar serás tú el único que puedas decidirlo. Sólo se te indica el único camino para volver a tu Ser, sólo depende de ti el cuándo, pero no el cómo. La revelación de que el Padre y el Hijo son Uno no la podrás entender ni aceptar mientras te sigas percibiendo como un ser aparte, perdido en un mundo imposible y estéril. Sólo mediante la gracia puede desaparecer de tu mente la idea de muerte, odio y miedo.

Todo lo que has hecho desde la fabricación de tu mundo ha sido arrojar piedras sobre tu propio tejado y liarte más y más en la tela de araña que has tejido. Representas en tu sueño el papel que crees más apropiado. Y asignas diferente valoración según adopte el cuerpo una forma u otra.

Pero no importa que tu papel sea el de piloto, verdugo, ramera, general, rey, obispo, mecánico; o bien, saltamontes, león o cualquier otro cuerpo o status social. No hay diferencia por la forma, la profesión o el rango que elijas tener dentro de tu especie o mundo.

Ello no es sino un intento de conferirle mayor relieve a tu carnaval, de fortalecer tu fe en tu mundo enfermo. Y sólo conservará ese contraste mientras tu mente lo decida así.

Probablemente te preguntes sobre qué parte de tus conocimientos son los que podrán serte útiles para edificar el escape de tu demente mundo, y cuáles otros deberás abandonar por inútiles.

¿Qué conocimientos puede contener un mundo cuyo único objetivo es huir de Dios, atrancando puertas y ventanas para impedir que entre el menor rayo de luz? ¿Qué partes razonables puede tener un mundo que sólo es el producto de la demencia? ¿O puede la demencia generar lucidez?

Ciertamente has empleado un sorprendente ingenio para fabricarte un espacio que te aislara de tu Creador, y te cerraste completamente a cualquier atisbo de sentido común para impedir que la razón pudiera poner en peligro tu miserable invento. Tu infinita creatividad dio sus frutos, pues el resultado fue perfecto.

No te es útil ninguna idea producto de tu locura que te pueda servir de apoyo para escapar de tu infierno. Tú has puesto sumo cuidado en que sea así. Te inventas planes de escape, diferentes entre sí, dependiendo del lugar de tu mundo en el que creas vivir, combinando fragmentos cogidos de aquí y de allá, dando a éstos la interpretación que te parece más apropiada para evitar la salida –pues en lo más profundo de ti temes a Dios- con el fin de que el resultado final de tu “proyecto de salvación” acabe cerrando cualquier resquicio a través del cual pudieras ver tu Inocencia.

Y en tu mente recta sabes que es así, pues carece de toda lógica y de sentido común. Pero tu mente recta no interfiere a la parte durmiente, pues la Verdad jamás se opone a nada. Sabe que más allá de la Verdad no hay nada, y oponerse a lo que no es nada sería concederle realidad. Por lo tanto, descansa feliz en su Gloria, en la certeza de que no caben interferencias en ella, pues así es la Voluntad de Dios.

Así pues, tus desquiciados planes de escape sólo aparentan tener consistencia para crear en ti falsas esperanzas y prolongar la farsa de tu mundo agónico. La Biblia se refiere a tus planes de “salvación” con palabras muy simples y esclarecedoras: “Los últimos serán los primeros”.

Leido al contrario conserva intacto su significado: Los que creen encontrarse en los primeros lugares serán los últimos en llegar. Esto aclara perfectamente la inutilidad de tus planes de escape, y ratifica, por otra parte, el éxito de tu loca idea en evitar por cualquier medio la salida de tu infierno.

Aquellos que según el mundo creen estar en la dirección correcta para ganar el Cielo, tardarán más en llegar al caminar en dirección opuesta. Y aquellos que no han aceptado la “idea salvadora” del mundo, encontrarán más fácilmente el camino, puesto que tendrán menos resistencia a admitir la Verdad, pues tienen menos lastre del que desprenderse.

EL AVANCE DE LA HUMILDAD

Harás un gran avance en el conocimiento de ti mismo cuando puedas darte cuenta de que, en realidad, lo ignoras todo. Es el principio del conocimiento. El mundo dice que “el temor a Dios es el principio de la sabiduría”. Y lo que esto significa en realidad es: “El temor a Dios es lo único que justifica y garantiza la perdurabilidad de tu infierno”.

Esta máxima no hace sino ratificar lo desquiciado de tu macabro plan de “salvación”. Tu plan sólo tiene por objeto inducirte al sacrificio permanente, impedir que tus ojos vean, percibiendo pecado por todas partes con el objetivo de echar más carga sobre tus agotadas espaldas.

Lo único que te consuela es que no eres tú sólo quien sufres y te sacrificas, pues son miles y miles tus correligionarios que al igual que tú, buscan sin querer encontrar. Mientras, tu ego se regodea y te anima a seguir buscando en la dirección opuesta a fin de que te alejes lo más posible de ti mismo. Pues aunque el ego es ciego –como ya se ha comentado- intuye por dónde podría venir tu salvación –lo cual supondría su destrucción- e intenta evitarlo. Él te indica que busques en cualquier dirección menos en ti, en tu interior.

Es lógica consecuencia de la decisión que tomaste y que te ha servido de guía hasta aquí. Quisiste desoir el conocimiento e internarte en tu mundo de ignorancia. Y conseguiste tu propósito, pues no debes ignorar que tu voluntad siempre se cumple. Cuando abandones tus miedos y decidas salir y volver a ser tú, lo conseguirás por la misma razón.

Pero cuando decidas volver a tu Grandeza, no puedes ser tú quien trace el camino, pues precisamente para evitarte equivocaciones dejó Jesús el camino correctamente señalado. Así pues, en todo el área de la cultura cristiana no existe otro ejemplo válido a seguir. En otros lugares de tu mundo es válido también el camino que trazaron otros Maestros. No son caminos diferentes, ni Maestros distintos, sólo la apariencia física no coincide. Los verdaderos mensajes de salvación son siempre los mismos, independientemente de los Maestros que los enseñen.

Tendrás, pues, que optar por el camino de humildad enseñado por Jesús. Y no hay nada más humilde que reconocer mansamente la verdad: Tú eres el Hijo de Dios, tal como lo afirmaba Jesús permanentemente y apoyaba esta afirmación con la ampliación de su mensaje al asegurar que él era rey, pero que su reino no es de este mundo.

Más humildad no cabe, pues se ceñía estrictamente a la verdad. Sin embargo, tu inmodestia y prepotencia te llevan a considerarte más que tu propio Creador –única Causa de todo lo creado y por crear- sintiéndote pecador.

Jesús instruía a sus discípulos en el camino de la salvación y empleaba ideas sencillas. Sus contenidos no siempre eran asimilados y se confundían fácilmente con las ideas mundanas que ellos tenían asumidas. Les indicaba que aún era pronto para que comprendieran el sentido exacto de sus palabras y que cualquiera de ellos podía realizar las mismas cosas que él, e incluso más.

Jesús era humilde porque había asumido su papel y, por ende, disponía del conocimiento. Él no se consideraba pecador –la mayor afirmación de prepotencia- ni consideraba a nadie como tal, pues sabía exactamente cómo eran sus semejantes, y era consciente de que eran tan santos y perfectos como él mismo, aunque ellos lo ignorasen.

Jesús disponía del conocimiento, pero esto no le confería ninguna ventaja cualitativa respecto a los demás seres vivos, los cuales compartían con él la Fraternidad. ¡Qué fácil le resultaba amar al prójimo sabiendo que en ellos radicaba su propia salvación, pues en ellos estaba el Mismo Dios!

NEGAR A TU HERMANO SIGNIFICA NEGARTE A TI

Jesús realizaba milagros permanentemente. Y lo hacía con la misma naturalidad con que andaba o respiraba, pues reconocía en todos y en todas partes al Hijo de Dios. Estos eran los milagros que realmente hacía el Maestro, pues el milagro al ser de origen espiritual, su único ámbito de aplicación es el espíritu, la mente.

La demencia del Hijo de Dios residía en su mente dormida y ése era exactamente el campo de actuación del milagro. El milagro sólo puede partir de una mente sana, y ésta sólo percibe santidad en el mismo lugar en que la mente dormida percibe condenación.

La visión santa de Jesús sobre sus hermanos prendía la chispa salvadora de estos y, a partir de ahí, su despertar estaba asegurado. Hecho el milagro, se iniciaba el proceso para abandonar el mundo de las tinieblas.

Jesús practicaba la caridad constantemente: Sanaba las mentes enfermas, ciegas, sordas y muertas. ¿Qué mayor caridad que liberar de la muerte a tanto enfermo como le rodeaba? Jesús interpretaba las disputas, quejas y lamentos de su pueblo como lo que en realidad eran: Súplicas para ser liberados de la muerte que vivían en su destierro voluntario, apartados de su Gloria.

Cuando Jesús era objeto de una ofensa, él interpretaba este hecho como una petición de amor y liberación, y él respondía consecuentemente iluminando la mente del ofensor, sanándolo. Aquí se daban las dos percepciones posibles: La percepción demente del que tiene su mente entre tinieblas y la percepción correcta de Jesús cuya mente está iluminada por la Verdad.

Lo apropiado entre mentes cegadas por la locura es que a una ofensa se responda con otra. Jesús reconocía ser el Hijo de Dios, en tanto que los demás se reconocían pecadores. Jesús reconocía en ellos al Hijo de Dios, y ellos en Jesús un pecador más. La mente curada no puede percibir el error; la mente enferma no puede sino percibir imperfección y carencia.

¿Cómo no iba a responder Jesús al clamor de libertad que le dirigían sus propios salvadores? ¿Cómo no iba a responderles y salvarlos si con ello él también aseguraba su propia salvación? ¿No iba a reconocerlos si de esa manera le llegaba a él la certeza de su propia Gloria?

Privarse de ellos ignorándolos le supondría a él privarse de su Padre. Negar a sus hermanos suponía negar a Dios. Si él hubiera reconocido el pecado en sus hermanos, habría negado a su Padre y se habría negado a sí mismo.

Por lo tanto, realizar milagros no era para el Maestro un acto altruista que él obraba caprichosamente entre sus seguidores y gentes que acudían a escucharle. El milagro lo obraba la visión de Jesús como consecuencia del conocimiento que tenía de la Verdad.

Jesús no podía responder a los insultos que le dirigían con otros insultos, como es usual entre los ciegos y sordos de este mundo, pues él los percibía como súplicas de curación de su pueblo amargado y les respondía coherentemente con el Amor que ellos merecían, como los inocentes Hijos de Dios. El Maestro no estaba enfermo como ellos, no se paraba en sus cuerpos ni interpretaba los insultos como tales. Sólo les reconocía. Ahí estaba el milagro, y ahí comenzaba la resurrección.

EL REFLEJO DE TU DEMENCIA

Lo que el mundo entiende por amor, no es otra cosa que un acto egoísta, en el que el ego sólo busca su complacencia. Con la misma facilidad que puedes encontrar algo digno de amor, puedes percibirlo más tarde como algo odioso y despreciable.

El amor que entiende el mundo no es otra cosa que simple especulación. En unos casos puede parecer más real que en otros, pero en todos no deja de ser un sentimiento egoista porque el que percibe es la mente del ego. El ego no puede superar sus propios límites, ya que en el momento en que los superara comenzaría su destrucción. Si el mundo realmente amara, no sería el mundo.

Necesitas identificarte con algo y a ese logro lo llamas amor, pero es una emoción siempre condicionada, es un sentimiento que busca apropiarse de algo en detrimento de otros. Y si el objeto de su amor no responde adecuadamente a sus espectativas, lo odiará. Mas el Amor es universal y nunca pide reciprocidad. El Amor nunca exige, siempre da. Nunca puede odiar porque no tiene opuesto.

El mundo no cede espacio al amor, pues le tiene declarada la guerra, ya que si le diera acceso al amor, dejaría de ser el mundo que percibes. Tienes el mundo que cabe en tu mente dormida, y cámbias ese mundo con la misma cadencia que cambia tu mente dormida.

Pero en realidad tu mundo no cambia porque tu mente dormida es totalmente estéril. Como no dispones de unos patrones consistentes y convincentes, tu mente está en constante ebullición, y esta inestabilidad la reflejas en tu mundo.

Esta situación es un fiel reflejo de tu demencia y al no encontrarte a ti mismo, no puedes conocer el reposo. Así pues, no es el mundo el que cambia, aunque tú sólo percibas el cambio fuera de ti. Es tu mente la que se encuentra permanentemente buscando la felicidad, pero con la consigna bien asumida de que no deberá encontrarla.

El mundo es sólo el resultado de la proyección mental del Hijo de Dios. Cuando éste recupere la cordura, el mundo dejará de existir, pero no antes ni tampoco después. Pues la cordura es incompatible con el mundo, como lo es el mundo con la Verdad.

Cuando los Hijos de Dios se conozcan a sí mismos, el mundo no tendrá justificación y se disolverá como un azucarillo en un vaso de agua.

Pero el fin del mundo no supondrá un chirriar de dientes como piensas, sino que habrá alegres sones de clarines celestiales celebrando alborozados el renacimiento de los Hijos de Dios. Y todos juntos se reirán por un momento ante el recuerdo del pueril infierno que idearon. Y esta loca idea desaparecerá para siempre.

Por fin se ha producido la resurrección del Hijo de Dios, que al ser la reafirmación de la vida, es la negación de la muerte. Y la muerte se reconoce como lo que es, como algo que nunca existió. Asímismo, el pecado dejó de cumplir su función paralizante al reconocerse su inexistencia.

ELIJE EL MUNDO DEL AMOR

Si te detienes ante la belleza del rosal, te privarás de admirar su auténtica hermosura. Sigue un poco más y no concedas ningún valor a lo que te muestran tus ojos, pues lo realmente bello es lo que anima al rosal. Es lo verdadero y lo eterno, pues es el Hijo de Dios.

Reconócelo como tal y pídele su bendición. No te defraudará. Hazlo de mente a mente, y no temas que no te vaya a responder, pues las palabras carecen de valor en el plano espiritual. La mente es sólo Una y no utiliza palabras, sino sentimientos. La mente no está limitada por la distancia, el tiempo o el lugar. Pues estos son términos inexistentes.

Tampoco está limitada en los cuerpos por la misma razón. Los cuerpos no causan a la mente, sino al contrario. Las palabras son sólo símbolos y en el plano espiritual no existe el simbolismo. Los símbolos limitan, pero la mente es ilimitada como Su Creador.

No infravalores a la diminuta hormiga porque en tu vida diaria carezca de valor o porque su tamaño no sea digno de consideración, pues no es el tamaño ni la forma lo que debes valorar, puesto que ambos son producto de una idea desquiciada.

Ya se ha dicho que los ojos con los que has dotado a tu cuerpo no te ayudan a ver. Tus ojos son sólo ventanas, a través de las cuales ves el mundo que deseas. Y el mundo que te has propuesto ver no es el mundo real, pues has renunciado a él.

Por esta razón no admitirías que se te valorara como a una hormiga o un rosal, porque tu escala de valores no admite tal comparación. Pero sí puedes admitir mayor rango que el tuyo en una persona a quien colocan una corona en la cabeza y dan tratamiento de rey, y consideras que éste es más importante que tú o que el jardinero de su palacio, por muy educado, sabio o inteligente que sea este último.

Esto es así porque sólo te guías por tus principios, símbolos, gestos y cuerpos, y no te atreves a mirar más allá. Pero depende de ti la elección de ver el mundo de otra manera. Y puedes elegir el mundo del amor o el mundo del miedo.

Y no tienes otras opciones. No hay una tercera vía. Tu mente sólo puede estar despierta o dormida. Sólo puedes ser consciente de tu Identidad o percibir la pequeñez. Así pues, sólo puedes encontrarte en tu Gloria o percibir el infierno. No hay estados intermedios. Tus sensaciones tampoco pueden mezclarse: O bien gozas de plenitud y alegría que sólo el Cielo te ofrece o la escasez y sufrimiento que tu mundo demente te depara.

Y eligirás el aspecto que quieras, con la sola salvedad de que si no te decides por el mundo del amor, habrás decidido ver lo imposible. Y eso es lo que considerarás real, aunque en él te encuentres completamente perdido, como tú bien sabes.

Y utilizando la parte dormida de tu mente, te fabricarás diferentes planes de salvación para deshacerte de tu propio invento, pero tus diversos planes son tan irracionales –no podían ser de otro modo procediendo de tu mente irracional- que ni tú mismo, que eres su autor, te los acabas de creer. Y les sueles dar ligeros retoques de vez en vez porque no te convencen, aunque estos arreglos dejan a tu plan tan irracional como antes.

En tu subconsciente lo tienes todo bien atado para que ningún plan de salvación que inventas tenga la mínima posibilidad de liberarte, pues, en realidad, es la liberación lo que temes. Es a Dios a Quien no quieres ver, pues temes Su veredicto y prefieres zigzaguear por el fango de tu mundo antes de enfrentarte a Su Justicia.

Pero en el plano consciente no reconoces el juramento secreto que te has hecho a ti mismo para no abandonar el mundo de los muertos, pues tal reconocimiento no lo podrías soportar. Esto pondría en riesgo el apego que le tienes a tu mundo, y eso es algo que no puedes consentir puesto que supondría el final de tu aislamiento y la desaparición de tu cuerpo, que te protege de Dios.

Para ti, tu mundo es muy real, y, así, demuestras a tu Padre que sin Él también te puedes valer y de esta manera haces ostentación de autonomía. Sólo tu demencia puede llegar tan lejos.

Tu mente recta sabe que sin Él no puedes vivir, pues Dios es la vida, y ésta es sólo posible en Él. Y no existen alternativas. Dios no tiene opuesto. Todo lo que existe tiene que tener Su Causa, y Dios es la Causa de todo lo existente.

Y no hay una vida superior a otra, pues la vida sólo es Una, como la mente o el Amor. Y todo lo existente es igual a Su Creador, porque la Creación en su totalidad es igual al Dios, y Dios es igual a Sí Mismo.

Es por esto por lo que la aparente existencia del mundo que ves, donde todo lo que percibes es materia, es de todo punto imposible. Dios es espíritu y todo lo creado y por crear es y será igual a Sí Mismo.

Asimismo, tú que eres igualmente un creador, todo lo que has creado y puedas crear será igual a ti mismo. Pues Padre e Hijo, Hijo y Padre son el Mismo Ser. Pues esa fue la promesa que dio origen a la Creación.

Y, ¿qué es la materia en realidad? Pues la materia no es. Es sólo una fabricación mental, producto de tu sueño de separación de tu Ser, que intenta probar una realidad que no puede coexistir con la Verdad.

Los sentidos corporales de los que te has dotado perciben lo material como algo tangible e indiscutible. ¿Quién podría convencerte mientras sueñas, que lo que ves en tu sueño no tiene nada que ver con la realidad? La materia no es más que un ardid ingenioso de tu mente dormida para convencerse a sí misma que sus fabricaciones son verdaderas y que la locura es cuestionarlas.

LA FUNCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO

El Espíritu Santo fue creado por el Padre, y Su labor es atender la petición del Padre de ayudar a Su Hijo a superar su sueño cuando éste decida volver a Él. Por lo cual, la función del Espíritu Santo terminará cuando el mundo deje de tener sentido para el Hijo de Dios y decida tomar conciencia de su Inocencia. Pero seguirá formando parte eternamente de la Santísima Trinidad junto al Padre y al Hijo.

Dios observa a Su Hijo con amor, respeta su sueño sabiendo que no corre peligro alguno y espera su despertar. Pero Él no le anima a despertar, pues sabe que su sueño en realidad jamás existió. Sólo fue un atisbo de sueño que duró un momento, y éste terminó en el mismo instante y en el mismo punto en que empezó.

Aunque ese instante de enajenación puede repetirse en la mente del Hijo de Dios como un eco que parece durar milenios, y en cuyo transcurso imagina tener vivencias macabras. Pues al haber perdido la noción de su Ser, con la ilusión de ausencia y lejanía de su Hogar, le parece sufrir un auténtico infierno, donde es imposible el sosiego y el amor, donde el odio, las envidias y las pasiones no dejan lugar a la paz.

Cree encontrarse en un diabólico laberinto del cual no sabe cómo salir. Y, en verdad, necesita una mano lúcida –mano que sólo el Espíritu Santo puede tender- que deshaga por él el enredo para volver a su Padre. Déjate ayudar por la razón para volver a tu Hogar, pues sabes que de la demencia no puedes esperar nada.

Lo que queda en la mente de Su Hijo es sólo el eco, y a él le parece que dura una eternidad. Cuando decida deshacerse completamente de aquello, contará con toda la ayuda necesaria.

En esta decisión contará con las indicaciones precisas del Espíritu Santo. Lo cogerá dulcemente de la mano, y caminará junto a él permanentemente al ritmo que marque el Hijo de Dios. Pero de su mano no se extraviará. Guiado por Él, no le costará esfuerzo deshacerse de su pesadilla. Y comprenderá ahora que lo verdaderamente difícil fue soportarla.

Empezará a ver claro que su Gloria lo contiene todo, mientras que su invento infernal carecía de todo. Empezará a ver que ahora lo comprende todo porque dispone de todo, en contraste con lo anterior, cuando lo ignoraba todo y no disponía de nada. Y ahora entiende que su hermano era su salvador en lugar de su verdugo.

Dios no puede fijar a Su Hijo la hora de su despertar, puesto que Ambos son iguales, y entre iguales no caben imposiciones ni órdenes.

Tú, Hijo de Dios, no debes reverencia a nada ni a nadie. Sólo tu Creador es digno de reverencia. Nadie excepto Dios es más que tú, pero tú no eres menos que Él. El Padre es siempre antes que el Hijo, pero no por eso es más. De igual modo, tú, como creador, eres antes que tu hijo, pero no eres más que él.

El Espíritu Santo está constantemente pendiente de ti, esperando una señal sincera de tu parte para proporcionarte todo cuanto necesitas. Pero Él tampoco puede fijarte el momento, pues también está en un plano de igualdad contigo.

Mientras sigas satisfecho con lo que tienes, no estarás sinceramente dispuesto a dejarte ayudar por el Espíritu Santo. Pero Él no se retirará de tu lado aunque tú le rechaces.

Del Nuevo Testamento se extrae una frase referida a una visita de Jesús. Al ir el Maestro a acceder a la vivienda, le dijeron: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya puede sanarme”. Se refleja claramente la percepción de pequeñez e indignidad que tiene el mundo de sí mismo.

Esta sensación de indignidad es la piedra angular que constituye la base del pensamiento demente del hijo del hombre en su aparente destierro. Y esa frase encierra la humildad que a los ojos del mundo es necesario tener a fin de resultar agradable y digno a los ojos del Creador para recibir Su clemencia. Desde la óptica del mundo es imposible ver en la oración aludida la declaración arrogante y desafiante que supone el enfrentamiento a la Voluntad de Dios de que Su Hijo sea eternamente tan sano y salvo como Él mismo.


“... pero una palabra tuya bastará para sanarme” es la segunda parte de la frase que recoge lo desquiciado de los planes de salvación del mundo, lo pueril de sus planteamientos. Tú no te planteas cambiar tu rumbo mental, abandonando todo el lastre de ideas sin fundamento, para poder acceder al reconocimiento de tu Identidad, que es tu único patrimonio.

Crees en la magia como medio de salvación. Crees que una palabra, un toque mágico o un gesto puede bastar para reconocerte a ti mismo y recuperar tu Gloria. Pero hemos dicho que no se puede dar lo que no se tiene, y el ego es absolutamente ciego.

Tu Gloria te pertenece, pero sólo podrás tener conciencia de ello cuando resuelvas desmontar todo el andamiaje de percepciones inútiles y lastrantes y te dotes de la receptividad necesaria para que tu Ser pueda volver a refulgir en ti al recuperar tu percepción santa.

El Amor que llama a tu puerta y que es tu Ser no puede convivir con la demencia que has permitido que te invada, y con la que estás muy familiarizado.

Pero para ir librándote de la demencia, deberás estar dispuesto a reconocer y transcender todos los matices o disfraces con los que se presenta ésta, como son la muerte, el miedo, el odio, la envidia, el pecado, la culpabilidad, la soberbia, celos y cualquier otra sensación que perturbe tu paz e implique necesidad o escasez. Pues aunque parecen sensaciones diferentes, en realidad son una sola: La muerte. Ésta es la meta final del ego, pero intenta disimularla vistiéndola de diferentes ropajes.

Considerándote pecador e indigno de mejor suerte, seguirás rechazando la ayuda del Espíritu Santo, pues tal consideración es tu escudo protector contra Él. Y seguirás volviendo la espalda a la curación y renunciando a tu Ser. Y tendrás lo que deseas: La ceguera, la muerte y la enfermedad. Pues tu poder es inviolable y sólo tú eres quien decides en todo momento.

TU CREENCIA EN EL PECADO

Crees que es posible ofender a Dios, y esa creencia desquiciada es la que te induce a considerarte pecador, y también es la idea que dio origen a tu mundo.

Y tu razonamiento demente es “que siendo tú igual que tu Padre, y tú siendo pecador, Él tampoco puede ser perfecto”, y a esa falta de perfección en Dios es precisamente a lo que tú temes, pues por esa brecha que has abierto surgen todos los castigos y todas las venganzas que te asustan de Él.

Y entre las imperfecciones que percibes en Él figura el haberse equivocado en Su creación al haberse rodeado de Hijos pecadores y, por lo tanto, imperfectos e indignos del Cielo.

Tampoco es ya omnipresente, pues el espacio que ocupan Sus Hijos corruptos no puede ocuparlo Él. Tampoco es sabio, pues en caso contrario, habría sabido de antemano que Sus Hijos lo iban a traicionar al no obedecerlo. Ni todopoderoso, pues tiene que compartir el poder con el reino del mal, lugar reservado a los Hijos Suyos que no haya encontrado dignos de volver al Cielo.

El pecado también quiebra la felicidad y compleción del Creador al verse obligado a prescindir de muchos de Sus Hijos. Ahora Dios no es Todo, ya se queda sólo en Parte y la otra parte se la apropia el pecado, robándosela al Mismo Dios, Quien ha quedado diezmado y falto.

En definitiva, el pecado impide a Dios ser Dios. El pecado ha desbancado a Dios y se ha adueñado de todos Sus Hijos, convirtiéndose en un nuevo dios. Dios se ha convertido también en una víctima del pecado igual que Sus Hijos, y éste se erige victorioso por la derrota que le ha infligido al Mismo Dios.

El pecado ha destruido a Dios, y esa es la idea motriz que late en lo más profundo del subconsciente del Hijo del Creador y en su mundo de maldad. La idea del pecado la cultiva el ego con esmero, pues cree que mientras esta idea subsista, Dios no podrá recuperarse de la derrota que le ha infligido.

El ego utiliza el pecado y fomenta esta idea como arma mortal contra Dios. El ego desconoce todo y lo teme todo –por eso teme a Dios y exhorta a los demás egos a temerle. Es por esta razón por lo que prefiere la oscuridad total, pues es consciente de su debilidad, y sabe que la luz lo destruiría al quedar en evidencia que no es nada.

En esto radica tu lucha. Esa es la aparente solidez de tu miserable mundo. El Maestro Moisés escribió: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”. El ego, por su parte, exhorta a ser temerosos de Dios. El primero dejó un mensaje de vida, éste deja un mensaje de muerte. Pero al no existir la muerte, en realidad, no dice nada. El primero habla de amor, éste de temor. El primero habla de Gloria, éste de infierno. El primero sabe, éste ignora. El primero es, éste no.

¿CON QUÉ FIN UTILIZAS TU CUERPO?

El Espíritu Santo te enseña a usar el cuerpo sólo como un medio de comunicación entre tus hermanos y tú, de modo que Él pueda enseñar Su mensaje a través de ti. Esto los curará y, por lo tanto, te curará a ti.

Nada que se utilice de acuerdo con su propia función, tal como el Espíritu Santo lo ve, puede enfermar. Mas todo lo que se utiliza de cualquier otra forma no puede sino enfermarse.

No permitas que el cuerpo sea el reflejo de una mente dividida. No dejes que sea una imagen de la percepción de pequeñez que tienes de ti mismo. No dejes que refleje tu decisión de atacar. Se reconoce que la salud es el estado natural de todas las cosas cuando se deja toda interpretación en manos del Espíritu Santo, Quien no percibe ataque en nada.

La salud es el resultado de abandonar todo intento de utilizar el cuerpo sin Amor. La salud es el comienzo de la correcta perspectiva con respecto a la vida bajo la dirección del único Maestro que sabe lo que ésta es, al ser la Voz de la Vida Misma.

Tal vez te preguntes cómo es posible que la voz de algo que no existe pueda ser tan insistente. ¿Has pensado alguna vez en el poder de distorsión que tiene lo que deseas, aún cuando no es real? Son muchos los casos que demuestran cómo lo que deseas distorsiona tu percepción.

Nadie puede dudar de la pericia del ego para presentar casos falsos. Nadie puede dudar tampoco que estás dispuesto a escucharle hasta que decidas no aceptar nada excepto la Verdad. Cuando dejes de lado al ego, éste desaparecerá. La Voz del Espíritu Santo es tan potente como la buena voluntad que tengas de escucharla. No puede ser más potente sin que viole tu libertad de decisión, que el Espíritu Santo intente restaurar, no menoscabar.

El Hijo de Dios dedica todo su tiempo a dar vueltas y más vueltas a la noria de su sueño, pensando que camina por el camino correcto, y que el llegar a la meta deseada es sólo cuestión de tiempo. Pero en realidad el tiempo no existe. Y darás vueltas y vueltas sin encontrar el final.

El camino que sigues no te conduce a Dios porque no te conduce a ti. Diriges tu vista hacia cualquier parte menos hacia ti, que es donde lo encuentras todo.

Te mueves, pero sin avanzar.

Te agobias, pero no progresas.

Miras y oyes, pero no ves ni entiendes.

Suplicas, pero en el fondo no lo haces para que se te escuche.

Te diriges a Dios llamándole Padre, y lo consideras el Ser infalible. Y si a Él lo consideras tu Padre, tú tienes que ser Su Hijo, y, a su vez, te consideras pecador e indigno de tu Creador. Y al hacerlo le sustraes a Dios Su infalibilidad.

¿Quién eres tú, pues? ¿Eres el Hijo de Dios Todopoderoso o de un dios venido a menos como consecuencia de tu condición pecadora? Esto es el colmo de la locura. Y con esos mimbres construyes el cesto en el que pones tus ideas de salvación.

Como dijo el fabulista “Antes de echar a correr, mira si puedes andar”. Trata primero de conocerte a ti mismo y olvídate de hacer planes para tu salvación, pues ya los hizo Otro por ti.

En el núcleo de tus planes de salvación sitúas a un dios ávido de sacrificios y sufrimientos. Esa es la estrategia “salvadora” universal. ¿Qué puede significar eso sino que el mundo está loco? ¿Y por qué compartir su locura aceptando la desafortunada creencia de que lo que aquí es universal tiene que ser la verdad?

Absolutamente nada de lo que cree el mundo es verdad. El mundo es un lugar cuyo propósito es servir de hogar para que aquellos que dicen no conocerse a sí mismos puedan venir a cuestionar lo que son. Y seguirán viniendo hasta que se acepte la Expiación y aprendan que es imposible dudar de uno mismo, así como no ser consciente de que se es.

Por mucho que creas en lo imposible, tú no eres lo imposible. Lo que eres fue establecido para siempre en la santa Mente de Dios y en la tuya propia. No esperes del mundo loco en el que te imaginas vivir un respiro de cordura, pues sólo puede ofrecerte frustración y desesperación.

Pero nuestro propósito en el mundo no es apoyar y reforzar las ilusiones y la locura en las que una vez creímos. Vinimos a alcanzar mucho más que nuestra propia felicidad. Lo que aceptamos ser proclama lo que todo el mundo no puede sino ser junto con nosotros.

No les falles a tu hermanos percibiendo en ellos culpabilidad, de lo contrario, te estarás fallando a ti mismo. Contémplalos con amor, para que puedan saber que forman parte de ti y que tú formas parte de ellos. Esto es lo que la Expiación enseña, y lo que demuestra que la unidad del Hijo de Dios no se ve afectada por la creencia de que no sabe lo que es.

Acepta hoy la Expiación, no para cambiar la realidad, sino simplemente para aceptar la verdad de lo que eres. No hemos perdido el conocimiento que Dios nos dio cuando nos hizo semejantes a Él. Es preciso, sin embargo, que analices la locura de tu mundo para que puedas reconocer que no tiene nada que ver con tu realidad, y que no es eso lo que deseas.

En tu deambular sólo encuentras cansancio y desesperación. Pero ése es el papel que te has propuesto representar, pues estás seguro de que tu demente mundo no tiene un sustituto digno. Así pues, tienes lo que más deseas. Pues conservas todo el poder que tu Padre te dio, aunque tú no eres consciente de ello, y no haces un uso inteligente de ese poder.

Tú lo compartes todo con tu Padre y el Epíritu Santo. Formas parte de la Santísima Trinidad, y tu lugar en Ella es ser el Hijo. Pero a la vez también eres Padre, pues recibiste el poder de crear igual que el Creador. Dios te lo dio todo, no se reservó nada para Sí Mismo que no lo quisiera compartir contigo. Te corresponde todo en igualdad perfecta con Él.

Pero te internaste en tu sueño, pues no deseabas el poder compartido. Buscaste el poder para ti solo, y lo perdiste. ¡Búscate y te encontrarás! Pide nuevamente ser consciente de tu poder compartido, y se te concederá la visión. Pero no busques en tu cuerpo, pues te confundirás de lugar. Busca la idea santa, pues eso es lo que eres.

También tu mundo es una idea tuya, pero una idea desquiciada de tu mente dormida. Tú eres la Idea de Dios, el Hijo de Dios, todo lo que existe y puede existir. El Amor es el nexo que te une a tu Padre, resultado de un pacto eterno y que te hace heredero de la Gloria. Una gloria que no tienes que conquistar, pues jamás dejó de ser tuya. No busques nada fuera de tu Gloria, pues ella te provee de todo. Tú no sólo lo tienes todo, sino que lo eres todo.

Esto es lo que te dice tu mente recta, pero no la dejas expresarse. Necesitas despejarte un poco para buscar con garantías de encontrar. Tienes que irte despojando de toda la miseria mental que has ido adquiriendo a lo largo del tiempo como equipaje inseparable en tu vagar por tu efímero e inmisericorde mundo.

Tienes que aprender a interpretar lo que ven tus ojos y oyen tus oídos, pues con los mensajes que te traen –que son los que tú les pides- te mantienes en la completa oscuridad en la que imaginas vivir. Debes aprender a percibir la luz de Cristo más allá de los opacos cuerpos, y bendecir esa luz a la vez que le pides Su bendición.

No te pares ante el disfraz que tiene tu salvador para ocultar su realidad, pues no es a su cuerpo a quien pides la bendición, sino a la Inocencia que tus ojos no alcanzan a percibir. No te dejes embaucar por la forma de los cuerpos; pues si haces una sola distinción entre ellos te será imposible recibir su bendición liberadora. Pues tu liberación tiene que llegarte por el mismo camino que seguiste para entrar en tu prisión, pero deberás andarlo en sentido contrario.

Ahora los cuerpos no deberán ocultarte tu Identidad, sino que deberán ser los que delaten dónde se encuentra ésta. Pues aunque intentaste ocultarte totalmente, no te fue posible conseguirlo del todo. Dejaste una pista que te pone al descubierto. No pudiste camuflar tu única realidad, que es la vida. Pues si bien los ojos de tu cuerpo no pueden verla, si perciben perfectamente sus efectos. Esos efectos delatan tu Identidad y posibilitan que te reconozcas. Pues la vida no es de tu cuerpo, como no es de tu mundo.

La Vida es de Dios. Es Dios Mismo. Por ahí puedes abrir la puerta de escape de tu infierno, cuando decidas abandonarlo. Ahí tienes a tu Cristo. Ahí te encuentras tú. Pues la Vida contiene todos los atributos divinos. Por eso es Dios. Pues Todo está en la Parte, como la Parte está en el Todo.

Supera los cuerpos para siempre. Pero aprovéchalos mientras creas que te son útiles para bendecir la Inocencia que hay en ellos, y cúralos. Esa es tu función real en la tierra, como lo fue para Jesús.

Ahora tu cuerpo también es santo porque te sirves de él para un propósito santo.

Ahora tu cuerpo está sano porque tu mente ha sanado.

Ahora te bendicen todos tus hermanos en agradecimiento por tus bendiciones.